Virgen María y el Voto de la Castidad – Ejemplo de Pureza para Todos



Queridos hermanos y hermanas en Cristo,

Desde los primeros siglos de la Iglesia, los santos padres y teólogos, como Baronius y Santo Tomás, nos han transmitido una verdad hermosa: la Virgen María, incluso antes de ser desposada con San José, consagró su virginidad a Dios mediante un voto. Lo hizo siendo aún muy joven, con pleno conocimiento y consentimiento de sus padres. ¡Qué acto de fe, qué entrega generosa!

Ella, la llena de gracia, no solo fue pura por naturaleza, sino que eligió serlo con libertad, dedicando todo su ser a Dios. Aun sabiendo que en su cultura la maternidad era un honor y casi una obligación, ella eligió otro camino: el de la virginidad consagrada, como un signo de amor indiviso al Señor.

Y esto, hermanos, no fue solo un privilegio exclusivo de ella. Su ejemplo nos recuerda a todos —solteros, casados, consagrados— que la castidad no es solo una renuncia, sino una afirmación de amor. Es decirle al mundo: “Mi cuerpo y mi corazón le pertenecen a Dios”. Es vivir el amor con orden, con entrega verdadera, sin egoísmo.

La castidad, vivida según el estado de cada uno —como solteros en espera del matrimonio, como esposos fieles o como consagrados— no es represión, sino libertad. Es ver al otro no como objeto, sino como persona; no como alguien a poseer, sino como alguien a amar de verdad.

María no perdió nada al ofrecerse a Dios. Al contrario: lo ganó todo. Se convirtió en Madre de Dios, en Reina del Cielo, en Madre nuestra. Y San José, varón justo, no se opuso, sino que aceptó y custodió aquel misterio con humildad y reverencia. También él vivió la castidad como virtud elevada, caminando junto a la más pura de las criaturas.

Hoy, queridos hermanos, les invito a mirar a María, la Virgen del “sí” total. A preguntarnos:

¿Qué lugar tiene la pureza en mi vida? ¿Estoy siendo fiel a Dios también con mi cuerpo y mis afectos?

No tengamos miedo de abrazar esta virtud. En un mundo donde todo se confunde y se degrada, la castidad es luz, es belleza, es verdad.

Pidamos al Señor, por intercesión de la Virgen, que nos conceda un corazón limpio, capaz de amar sin poseer, capaz de esperar sin desesperar, capaz de darse sin mancharse.

Bienaventurados los limpios de corazón —dijo Jesús— porque ellos verán a Dios.

Que así sea.

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