El diablo, por su rebelión y caída, se ha convertido en un espíritu maligno, dispuesto a la transgresión y el mal, cuyo origen en el pecado y el desorden fue la desobediencia y el orgullo. Desde su creación, al tratar de alcanzar el bien a través de la falsedad y el engaño, el diablo ha actuado como un seductor, persuasivo y capaz de llevar a los hombres a la maldad. Su caída se debe a la envidia y a la soberbia: queriendo igualarse a Dios, él cayó de su estado celestial.
La transgresión que comenzó en él se extendió a los hombres. Como primer ser que mintió, fue él quien introdujo el pecado y la mentira en el mundo. Su maldad no solo perjudicó a él mismo, sino también a la humanidad, causando la corrupción de Adán y Eva. Este pecado, al principio personal, se extendió a toda la raza humana, debido a la corrupción y el engaño del diablo.
San Agustín nos recuerda cómo el diablo, al ver la creación de Adán a imagen de Dios, lleno de virtud y gloria, se sintió indigno de esa dicha humana y, por medio de su orgullo y envidia, buscó corromper a los primeros padres. Por lo tanto, al inducirlos al pecado, el diablo no solo les robó sus beneficios, sino que también los condenó a la muerte, expulsándolos del paraíso.
Este acto de corrupción llevó a la condena eterna. El diablo, como el primer gran transgresor, perdió su honor, su dignidad y su dominio sobre las criaturas que Dios le había otorgado. La creación humana, originalmente hecha para ser eterna y perfecta, fue corrompida, y el diablo se convirtió en el agente principal de esa caída.
San Agustín también explica que, en su primera rebelión, el diablo fue uno de los ángeles más poderosos, pero al perder la gracia y la luz divina por su soberbia, se transformó en un demonio. Esta caída del diablo fue seguida por la maldad de otros espíritus caídos, quienes, al ser inducidos por él, comenzaron a obrar de manera similar, engañando a la humanidad.
La influencia del diablo se extiende a través de generaciones, comenzando con Caín, quien, movido por la envidia, mató a su hermano Abel. Así, la humanidad se ha visto constantemente arrastrada por la malicia del diablo, quien, desde el principio, ha sido un homicida, sembrando la corrupción en las almas humanas.
Por lo tanto, el diablo no solo se opone a Dios, sino que también busca la destrucción de la humanidad, utilizando la envidia, el engaño y el mal para corromper la creación de Dios. La historia de la humanidad, según San Agustín, es una continua lucha entre la luz de Dios y las sombras del pecado, cuya fuente última es el diablo, el cual no solo corrompe al hombre, sino que también lo induce a la muerte eterna.
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