Travesía Sagrada: San Cristóbal y el Niño en el Jardín de la Eternidad



San Pablo Apóstol, escribiendo a los Corintios, dice:

“Cada uno permanezca en la vocación en la que fue llamado” (1 Cor. 7:20).

San Agustín, explicando estas palabras, dice que San Pablo habla aquí de los ejercicios y modos de vida que no se oponen a la Fe ni a las buenas costumbres; porque en estos ejercicios cada uno debe estar contento con lo que Dios le ha dado, sin buscar otra cosa.

Si esta doctrina fuera aceptada y observada por todos los que viven en este mundo, el mundo no estaría en tan mal estado, ni se hallarían hombres viviendo en tanta tristeza como ahora se encuentran.

Fue una gran providencia de Dios dar a los hombres inclinaciones y aptitudes de diversa índole. Porque no era conveniente para la organización del bien público que todos los hombres se dedicaran al estudio de las artes liberales, ni que todos se ocuparan en las artes mecánicas.

Sin embargo, es valioso que haya hombres mecánicos; hombres doctos en las artes liberales; y hombres militares.


Pero si uno tiene inclinación y aptitud para ser mecánico, y quiere ser soldado y partir a la guerra; y otro que tiene inclinación y corazón para guerrear, quiere estudiar Teología, leyes seculares o eclesiásticas, o medicina; o si alguien apto e ingenioso para estas ciencias quisiera ocuparse en las artes mecánicas, es claro que uno será un mal mecánico, otro un mal médico, peor jurista, y pésimo teólogo; y tampoco el tercero será un buen soldado.

De aquí se sigue que, como pocos siguen su verdadera inclinación, la mayoría la abandona para seguir otra para la cual no tienen aptitud; por eso el mundo se encuentra en tan mal estado y desorden, y por eso se hallan en él hombres tan llenos de dolor y amargura, sin remedio.

San Cristóbal, reflexionando bien sobre esto, consideró su vocación y hacia qué estaba inclinado. Se dio cuenta de que era de gran estatura y fuerte de cuerpo, por lo que se dijo a sí mismo:

¿En qué podré ejercitarme mejor y servir mejor al Señor Dios?

Mientras pensaba esto, llegó a un río en el que muchas personas habían perecido, ya que era necesario cruzarlo y no había ni puente ni barca. Entonces decidió, en lugar de puente o barca, convertirse él mismo en medio para cruzar ese río. Construyó una choza en la orilla y viviendo allí, permitió que cualquiera pudiera cruzar sobre sus hombros sin peligro alguno.

Por esta razón, la Iglesia en toda la cristiandad acostumbra representarlo en una imagen cruzando un río, llevando sobre sus hombros al niño Jesús. Y fue el mismo Cristo quien quiso mostrarle cuán agradable era a Dios ese ejercicio suyo, permitiéndole llevarlo también sobre sus hombros.

San Cristóbal, ya fuera por consejo de algún santo o inspirado por Dios, se entregó a ese oficio para servir al Señor Dios hasta que Su Santísima Majestad dispusiera llevarlo de ese lugar a otro servicio más digno, lo cual fue la predicación del Evangelio, como podemos ver en su vida.


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