No te conviertas en verdugo del Evangelio"

 

"Cada uno de nosotros dará cuenta de sí a Dios." — Romanos 14:12

Amados hermanos,

Hoy debo hablaros con gravedad, no para escandalizar, sino para despertar. Porque vivimos tiempos en los que muchos, sin darse cuenta, están al servicio del error. No por malicia siempre, sino por costumbre, por obediencia ciega, por miedo a pensar, por comodidad espiritual.

Y por eso os digo: No te conviertas en verdugo del Evangelio.

No permitas que tu mano sea usada para derramar sangre —aunque sea simbólicamente— solo porque alguien con vestidura religiosa te dijo que era correcto. No sigas ciegamente a los que se dicen pastores, si lo que enseñan contradice la Palabra. No participes de juicios, de condenas, ni de persecuciones contra aquellos que proclaman la verdad, solo porque una figura de autoridad eclesiástica lo ordena.

Dios no nos ha mandado a obedecer sin discernimiento. Él no nos ha dicho: “Escuchen sin pensar”. No. Él ha dicho: "Este libro de la ley no se apartará de tu boca; medita en él de día y de noche." Cada uno de nosotros ha recibido la responsabilidad de conocer la voluntad de Dios por sí mismo.

¿Y cómo obra el enemigo?

No viene vestido de tinieblas, sino disfrazado de piedad. Impone costumbres, formas, ritos que todos repiten sin pensar. Y cuando alguien se atreve a cuestionar, a preguntar, a leer la Escritura por sí mismo, se convierte en sospechoso. En marcado. En vigilado.

Así sucede, por ejemplo, con la misa —elevada en muchos lugares a un ídolo—, a la que se asiste no por convicción, sino por presión. Y si alguien no va, si alguien no repite las palabras aprendidas, entonces se le interroga: ¿Has ido ya? ¿Dónde estuviste? ¿Vendrás conmigo?

Y si ese alguien, en su conciencia, ha entendido que allí se ofende a Dios —porque se reemplaza la obra única de Cristo con una repetición sin poder—, entonces o debe callar y fingir, o se expone al rechazo, al señalamiento, al juicio.

Así funciona el sistema del error:

No basta con que todos crean lo mismo; necesitan saber quién no lo cree. Porque quien no participa del rito, del ídolo, de la costumbre, se vuelve peligroso. Es portador de una verdad que puede romper las cadenas. Y el enemigo lo sabe.

Por eso te digo hoy: abre los ojos. No entregues tu juicio. No vendas tu conciencia. No pongas tu alma al servicio de otro, ni siquiera si viste sotana, ni aunque tenga títulos y cargos religiosos.

Dios no preguntará qué dijeron los hombres, sino qué hiciste tú con su Palabra. No te excusarás diciendo: “Así me enseñaron”, o “Así lo hacían todos”. Porque el juicio será personal, directo y eterno

El Reino de Dios no se edifica con masas obedientes, sino con corazones despiertos. El Evangelio no necesita verdugos, necesita testigos. No te pongas del lado del error por miedo. Ponte del lado de Cristo por fe, aunque estés solo.

Y si has estado dormido, si alguna vez fuiste cómplice sin saberlo, hoy es día de gracia. Vuelve a la Palabra. Examina todas las cosas. Retén lo bueno. Y nunca más entregues tu juicio a ningún hombre, porque el único Pastor que no yerra… es Cristo.

Amén.


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