Hermanos y hermanas en Cristo,
Hoy reflexionamos sobre las cuatro propiedades del corazón, que nos enseñan cómo debe ser nuestro interior si queremos agradar al Sumo Rey, nuestro Señor Jesucristo.
1. Un corazón humilde
La primera propiedad del corazón es su pequeñez: "Exiguum est", es decir, es pequeño. Esto nos recuerda que debemos ser humildes, considerándonos inferiores a los demás, cediendo en nuestras preferencias y evitando la arrogancia. Cristo mismo nos enseñó: “El que se humilla será ensalzado” (Lucas 14:11). Si queremos que Dios habite en nuestro corazón, debemos despojarnos del orgullo y llenarnos de humildad.
2. Un corazón en continuo movimiento hacia Dios
La segunda propiedad es que el corazón "está en continuo movimiento". Así también nosotros debemos estar en constante progreso espiritual, moviéndonos siempre de un estado de imperfección hacia la gracia de Dios.
Debemos alejarnos del pecado y acercarnos a la virtud.
Pasar de la murmuración a la oración.
Cambiar la soberbia por la humildad, la avaricia por la generosidad, la injusticia por la restitución.
Dejar la impureza para abrazar la castidad, la gula para practicar la abstinencia, el odio para vivir en el amor.
Este movimiento no debe ser esporádico, sino constante. No podemos conformarnos con quedarnos en el mismo lugar; nuestra vida espiritual debe ser como un río que fluye siempre hacia Dios.
3. Un corazón elevado a cosas celestiales.
El corazón humano, en su movimiento, se dirige "a estados más altos". Así también nuestro corazón debe elevarse de lo terrenal a lo divino. Debemos cambiar las risas vanas por lágrimas de arrepentimiento, el entretenimiento vacío por la oración, el amor por las riquezas por la entrega a los pobres y necesitados.
San Pablo nos dice: “Si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios” (Colosenses 3:1). Un corazón cristiano no puede estar aferrado a lo material, sino que debe elevarse constantemente a Dios..
4. Un corazón viviente y lleno de caridad
La cuarta propiedad es que el corazón es de "carne viva y llena de sangre", es decir, no es un órgano muerto, sino que da vida. Así también, nuestro corazón debe estar lleno de amor y caridad. No podemos vivir una fe sin obras, sino que debemos ayudar a los enfermos, visitar a los encarcelados, consolar a los afligidos y dar limosna a los pobres.
San Juan nos dice: “Hijos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino con hechos y en verdad” (1 Juan 3:18). El verdadero amor cristiano no es solo un sentimiento, sino una acción constante en favor de los demás.
Conclusión
Si queremos ser verdaderos discípulos de Cristo, nuestro corazón debe ser pequeño por la humildad, estar en constante movimiento hacia la gracia, elevarse a las cosas celestiales y llenarse de amor y caridad.
Pidamos al Señor que nos conceda un corazón según el Suyo, como el de Cristo, manso y humilde, dispuesto a amar, servir y sacrificarse por los demás.
Amén.
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