Tan grande e incurable fue el odio que los demonios concibieron hacia Dios, que deseaban ofenderle, socavar su gloria, o deformar, viciar y corromper la maravillosa obra del mundo, creada por la providencia divina. Parecían decididos a lograrlo mediante investigaciones intensas y con un esfuerzo incansable.
Génesis 3.
En primer lugar, adoran a la más noble entre las criaturas, iluminada con la más clara luz de la sabiduría celestial y unida a Dios en un pacto sin mancha. La primera de nuestras madres, Eva, se ve atrapada por la tristeza de haber perdido su estado original de perfección y la envidia de la felicidad ajena. Tratan de alejarla de Dios, haciéndola compañera de su perdición. La engañan astutamente con palabras suaves, sugiriendo que, al no haber engaño visible, no hay riesgo alguno. La levantan bajo la falsa esperanza de obtener una mayor gloria y poder.
Le dicen: "Dios sabe que, en el mismo día en que comáis de este árbol, se abrirán vuestros ojos, y seréis como dioses, conociendo el bien y el mal."
Este mismo lazo que pensaban que las alejaba de su creación, los había seducido e inmovilizado desde el principio. Finalmente, lograron que, en su miseria, Eva se apartara del mandato de Dios y siguiera sus propios consejos, los cuales eran contrarios a la voluntad divina y conducían a u ruina.
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