El anhelo que solo Dios puede saciar

Hermanos, hay algo en lo más profundo del corazón que no calla, que no se apaga, por más que el mundo trate de ahogarlo. Es como un suspiro que sube desde el alma, un gemido que no encuentra respuesta en las cosas pasajeras. El salmista lo entendió bien cuando clamó: *"Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por Ti, oh Dios, el alma mía"*.  

Desde que el mundo es mundo, el hombre ha sentido este llamado. Los paganos levantaron altares "al Dios desconocido", los filósofos hablaron de la luz eterna, los poetas escribieron sobre el amor que no muere. Pero todo era como ver sombras en la pared de una caverna, como dice Platón. Porque el corazón humano fue hecho para Dios, y solo en Él descansa.  .

¡Pero cuidado, hermanos! El enemigo de nuestras almas ha inventado mil sustitutos para engañarnos. Nos dice: "Llena ese vacío con placeres, con dinero, con éxito". Y corremos tras estos espejismos, como el hijo pródigo que quiso saciarse con las algarrobas de los cerdos. Hasta que un día, como él, "entrando en sí mismo", entendemos que solo en la casa del Padre hay pan abundante.  

Por eso Cristo vino al mundo. No como otro filósofo con buenas ideas, sino como el Agua Viva que sacia para siempre. A la samaritana le dijo: *"El que beba del agua que Yo le daré, no tendrá sed jamás"*. Esto es lo que ofrece Dios: no un paliativo, no un consuelo temporal, sino la plenitud eterna.  

¿Qué haremos entonces con este anhelo que Dios mismo puso en nosotros? No lo neguemos, no lo disfracemos. Es la brújula que apunta al cielo. Como decía Santa Teresa: *"Solo Dios basta"*. Cuando sentimos que nada en este mundo nos llena, es porque estamos hechos para algo más grande, para Alguien infinito.  

María Santísima lo entendió mejor que nadie. Cuando el ángel le anunció el misterio más grande, ella no dudó: *"Hágase en mí según tu palabra"*. En su "sí" encontramos el modelo de cómo responder al llamado de Dios: con fe sencilla, con entrega total.  

Que hoy, al escuchar esta palabra, cada uno de nosotros examine su corazón. ¿Estoy bebiendo de aguas turbias que no sacian? ¿O me acerco confiadamente al manantial de la gracia? Cristo está esperando, con los brazos abiertos, para llenar ese vacío que solo Él puede colmar.  

Que así sea, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.  

Comentarios