El Verdadero Sacrificio Agradable a Dios

 


"Misericordia quiero, y no sacrificios, y el conocimiento de Dios más que los holocaustos" (Oseas 6,6).

Queridos hermanos en Cristo,

Hoy reflexionamos sobre una realidad triste que ha acompañado a la humanidad desde tiempos antiguos: el error de aquellos que, en su deseo de agradar a sus dioses, han cometido actos inhumanos, olvidando que el verdadero culto a Dios es el amor y la misericordia.

Desde la antigüedad, los pueblos paganos han realizado sacrificios humanos con la creencia de que así apaciguaban la ira de sus dioses o aseguraban la prosperidad de su nación. Las Sagradas Escrituras nos hablan de los horrores cometidos en nombre de ídolos como Moloc, a quien se ofrecían niños en la ardiente Gehena. Los griegos y romanos tampoco fueron ajenos a estas prácticas, como lo demuestra el mito de Ifigenia, entregada en sacrificio para obtener vientos favorables en la guerra de Troya. Los galos, según los historiadores, sacrificaban a seres humanos dentro de grandes figuras de mimbre para supuestamente obtener la protección de sus dioses.

Pero, hermanos, ¿qué nos dice nuestro Dios sobre todo esto? El Señor, que es el Dios de la vida, nos revela en su Palabra que tales sacrificios no le agradan. En el Antiguo Testamento, los profetas denunciaron estos crímenes y clamaron en nombre de Dios: "No te he mandado eso, ni me vino a la mente tal cosa" (Jeremías 7,31). Y en el Evangelio, Jesús mismo nos enseña que el verdadero sacrificio que agrada a Dios no es el de la sangre humana, sino el del amor, la obediencia y la entrega de nuestra voluntad a Él.

El sacrificio perfecto fue el de Cristo en la cruz, quien entregó su vida no por una imposición cruel, sino por amor, para redimirnos del pecado y de la muerte. No necesitamos más sacrificios humanos ni holocaustos, porque Cristo es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Él nos llama a ofrecerle otro tipo de sacrificio: el de un corazón arrepentido y una vida de santidad.

Hermanos, en un mundo donde todavía se cometen injusticias y donde muchas veces el ser humano es tratado como un objeto desechable, recordemos que el mayor culto a Dios es el amor. No debemos caer en la idolatría del poder, del dinero o del egoísmo, que también pueden llevarnos a sacrificar la dignidad de los demás. En lugar de sangre, ofrezcamos nuestras vidas como testimonio del Evangelio, ayudando al necesitado, siendo justos en nuestras acciones y amando sin medida.

Que María, la Madre de Cristo, nos ayude a vivir como verdaderos discípulos de su Hijo, entregando nuestras vidas en servicio y amor. Amén.


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