Una es como virtud general, porque todas insisten en procurar su bien, y esta es condición general de todas las virtudes. Otra es una virtud particular, conjunta con la fortaleza y paciencia, que en las adversidades no retrocede. Y estas maneras de perseverancia se pierden cayendo en pecado.
Pero hay otra manera de perseverancia, que quien la tiene, ni muere en pecado ni se condena. Es una continuación en el servicio de Dios, que nace de una singular manutención suya, que da a sus escogidos, con la cual perseveran todos aquellos a quienes Dios se la concede. De esta perseverancia dijo Cristo: "El que perseverare hasta el fin, será salvo" (Heb. 12). Y san Pablo: "Perseverad en la disciplina". Y en otra parte (1 Cor. 10): "El que está firme, mire no caiga", refiriéndose a aquellos que vuelven atrás.
Pero los que retroceden de su vocación y del amor del Señor, estos cayeron de la gracia, como Saúl de la inocencia en que fue llamado, y Judas del apostolado. Por lo cual dijo san Gregorio: "En vano corre el que no llega a donde va". Y san Pedro dijo: "Mejor fuera no haber conocido el camino de la verdad que retroceder de él". Así, en vano son todos los trabajos del labrador si no llega a comer el pan que sembró; y del soldado, si peleando no alcanza la victoria; y del navegante, si no llega al puerto al que se dirigía.
Así, por cualquier causa que pierd el labrador el fruto que sembró, en vano son sus trabajos hasta ese momento. Por ello, san Lorenzo Justiniano dijo: "Cuando tenemos buenos deseos, sembramos; cuando comenzamos a obrar, crecemos; y cuando procedemos, empezamos a espigar; y cuando perseveramos, somos confirmados". Así, en vano comienza uno si no llega al fin donde se dirige.
Y el abad Abraham dice: "En vano renunció el monje al principio, si no insiste cada día en la renunciación", porque Cristo dijo: "Tome su cruz cada día y sígame" (Lc. 9).
Reconozcamos, pues, que la perseverancia es don de nuestro Señor y gracia de sus escogidos. Por esto debemos pedirla con entrañable deseo y escuchar lo que el Señor dijo: "Si permaneciereis en mi amistad, seréis mis discípulos". Y así como el sarmiento cortado de la vid no vale nada, así el alma apartada de Dios.
Dijo Cristo a sus discípulos: "¿También vosotros queréis iros?" Y respondió san Pedro: "¿A dónde iremos? Tú tienes palabras de vida eterna".
Por tanto, como dijo el abad Abraham, consideremos atentamente la sentencia de Habacuc: "Estaré sobre mi guarda y subiré sobre la piedra, y especularé y veré qué es lo que Dios hablará en mí, y qué he de responder al que me arguyere" (Hab. 2).
Y porque los ejemplos de los santos para esto nos ayudan, dividamos este capítulo en tres partes:
1. La perseverancia de los santos.
2. Los que retrocedieron.
3. Dos remedios para perseverar.
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