Hermanos y hermanas, hoy nos encontramos frente a un pasaje solemne y revelador, un pasaje que nos habla de la ira de Dios y de cómo, en su infinita justicia, Él derrama su juicio sobre la tierra. Es un recordatorio de lo que puede suceder cuando el ser humano se aleja de su Creador, y cómo, a pesar del sufrimiento y las pruebas, muchos rechazan el arrepentimiento y la gracia divina.
"Y derramaron siete copas llenas de la ira de Dios sobre la tierra."
Este versículo nos recuerda el alcance del juicio divino. Dios es un Dios de amor, pero también es un Dios justo, y cuando el mal y el pecado se desbordan, llega el momento en que su ira se manifiesta. ¡Cuánto dolor y sufrimiento puede haber en el mundo cuando los hombres no se arrepienten! ¡Cuánto horror puede causar un corazón endurecido ante la misericordia de Dios!
Hermanos, este pasaje nos llama a la reflexión. ¿Estamos viviendo conforme a la voluntad de Dios? ¿Estamos permitiendo que nuestra vida se llene de arrepentimiento y humildad ante Su santidad, o estamos ignorando sus advertencias?
"El cuarto ángel derramó su vaso sobre el sol, y se le dio poder para afligir a los hombres con fuego."
El juicio no solo es algo visible, sino también algo poderoso. Dios tiene el poder sobre la creación, y este versículo nos muestra cómo Él puede afligir a la humanidad con la misma naturaleza que Él creó. ¿Qué significa esto para nosotros hoy? Significa que cuando nos alejamos de Dios, las mismas bendiciones que Él nos ha dado, pueden volverse en nuestra contra. El sol, que da vida, puede convertirse en un fuego abrasador si no vivimos de acuerdo con Su voluntad. ¿Estamos caminando en obediencia a Él, o estamos viviendo como si fuéramos inmunes a las consecuencias de nuestra desobediencia?
"Y blasfemaron el nombre de Dios, que tenía poder para afligirlos con tal fuerza; y no hicieron penitencia de su pecado, ni dieron gloria al Señor, conociéndole por su verdadero Dios, y honrándole y glorificándole como tal."
Este es el corazón de la tragedia: la incredulidad y la dureza de corazón de los hombres. A pesar de las plagas y el sufrimiento, no se arrepintieron. ¿Qué más podría hacer Dios por nosotros? Nos ha enviado a Su Hijo para morir por nuestros pecados, y aún así, muchos se niegan a reconocer Su soberanía. ¡Cuánto más deben sufrir algunos hasta que se den cuenta de su necesidad de arrepentirse! ¿Estamos nosotros, como creyentes, reconociendo constantemente a Dios como el Señor de nuestras vidas? ¿O estamos permitiendo que la indiferencia y la rebelión ocupen nuestro corazón?
"El quinto ángel derramó su vaso sobre el trono de la bestia, y su reino se hizo oscuro, y tenebroso."
El reino de la maldad, representado aquí por la "bestia", es un reino de tinieblas. Y ese reino se vuelve aún más oscuro cuando la maldad no se detiene. La oscuridad espiritual es el castigo más grande que podemos sufrir: estar alejados de la luz de Cristo. El pecado nos consume, nos ciega, y nos aleja de la esperanza que solo se encuentra en el arrepentimiento y en el perdón de Dios.
"Y mordieron sus lenguas de puro dolor y rabia; y sintiendo las heridas y tormentos, se volvieron contra Dios del cielo, diciéndole injurias y blasfemias, vengándose de aquella fuerza, ya que no podían de otra manera."
Aquí vemos una imagen poderosa: el dolor y la ira de los que no se arrepienten. Aún en su sufrimiento, el hombre sigue eligiendo la rebelión. ¡Qué triste es cuando en lugar de buscar la reconciliación con Dios, las personas siguen lanzando maldiciones contra Él, incapaces de ver el amor y la misericordia que Él les ofrece!
Hermanos, este es un llamado a no endurecer nuestros corazones, sino a abrirnos al arrepentimiento y a la gracia. Porque aunque la ira de Dios es justa, Su misericordia es aún mayor. El sufrimiento y el dolor pueden ser el resultado de nuestros propios errores, pero nunca es tarde para regresar a Él con un corazón sincero. Dios no quiere que ninguno perezca, sino que todos vengan al arrepentimiento.
Conclusión:
Hoy, les invito a que reflexionemos sobre nuestra vida y nuestra relación con Dios. No esperemos a que el juicio llegue para darnos cuenta de la gravedad de nuestros pecados. Arrepintámonos ahora, mientras hay tiempo. Busquemos Su rostro, y vivamos de acuerdo con Su voluntad. Que nuestras vidas den gloria a Dios, y que nunca caigamos en el error de blasfemar Su nombre, sino que, por el contrario, lo honremos y lo glorifiquemos siempre.
Oremos:
Señor Dios, te damos gracias por tu inmensa misericordia. Te pedimos perdón por nuestras faltas y pecados, y te rogamos que nos ayudes a vivir de acuerdo a Tu voluntad. Que tu Espíritu Santo nos guíe, para que podamos caminar en la luz y no en la oscuridad, y para que tu nombre sea siempre glorificado en nuestras vidas. Amén.
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