Un sacerdote estaba confesando a un pecador, atrapado en el vicio de deshonestos amores. Esto ocurrió poco antes de que el enfermo expirara. Después de estar un largo tiempo confesándose, miró hacia los pies de la cama y comenzó a reír.
El confesor se sorprendió y le dijo: "Esta no es hora de reír, sino de llorar. Vos sabéis cómo habéis vivido, y hasta el lugar entero lo sabe. Tenéis la muerte tan cerca, ¿y os reís?"
El enfermo respondió: "Padre confesor, ¿veis los pies de la cama? Ahí está fulana," mencionando a su amante.
El padre se espantó mucho, no porque viera algo, sino porque comprendió que era el demonio. Le respondió: "No es fulana, ni aquí está. Es el demonio que viene por vuestra alma."
El enfermo replicó: "Yo la he querido mucho. Si me muero, déjeme darle un abrazo."
El confesor, alarmado, corrió hacia la puerta pidiendo que le trajeran agua bendita, ya que entendió que el demonio estaba presente en el aposento. Todos se alteraron y entraron en él, pero no encontraron al enfermo ni en la cama, ni debajo de ella, ni detrás de la puerta. Quedaron todos atónitos y fuera de sí, y jamás apareció su cuerpo.
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