Sobre el decreto de Dios respecto a la duración de la vida

 


La meditación sobre la muerte es útil para animar a ganar virtudes, considerando que el tiempo de merecer es brevísimo y que la muerte lo corta de repente. Los perfectos buscan despreciar todas las cosas creadas, deseando unirse por amor con su Creador. Por ello, presentaremos consideraciones que puedan aprovechar a todos, pero especialmente a aquellos que están en la etapa de la vía purgativa, de la cual tratamos ahora.

Es necesario reflexionar, como dice Job, que el tiempo pasa como un soplo, y ni el rey ni el monarca pueden añadir un solo momento de vida a lo que Dios ya ha determinado. Así como entré en el mundo el día que Dios quiso y no antes, también saldré de él el día que Dios quiera, y no después. Esto me lleva a entender que cada día de vida que tengo lo recibo por gracia divina. Todos los días que he vivido han sido un regalo, ya que nuestro Señor pudo haberme dado plazos de vida más cortos, como lo hizo con aquellos que murieron en el vientre de sus madres o en su niñez.

Por lo tanto, dado que mi vida depende totalmente de Dios, es justo gastar todo el tiempo en su servicio. Sería la mayor ingratitud emplear un solo momento en ofenderle.

Debemos considerar que Dios, en su soberana providencia, determina la duración de la vida de cada persona según sus designios secretos. En algunos casos, Dios alarga la vida de ciertas personas por sus oraciones o las de otros santos, como sucedió con el rey Ezequías, a quien se le añadieron quince años de vida (4 Reyes 20:6). También hay casos en los que, por fines divinos, acorta los días de vida, como sucede con los que mueren en la infancia o en circunstancias inesperadas.

Así, debemos aceptar con humildad que Dios decide la extensión de nuestra vida, ya sea para mayor provecho nuestro o para cumplir sus propósitos divinos.

Punto primero: La certeza de la muerte

La primera propiedad de la muerte es su certeza. Ningún ser humano puede escapar de ella ni adelantarse o retrasarse al tiempo que Dios ha establecido. Desde la eternidad, Dios ha determinado los años de nuestra vida, señalando el mes, el día y la hora en que hemos de morir.

Esto nos debe llevar a reflexionar que nuestra vida está completamente en las manos de Dios. Por ello, el tiempo que tenemos debe ser dedicado al servicio de quien nos lo concede, reconociendo que todo lo que hemos recibido es por pura gracia divina.


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