No solamente el infierno es un mal universal sin alivio alguno, sino que además está privado de toda esperanza. Por grande que sea un mal, nos consolamos cuando esperamos que se acabe. La esperanza misma, aunque vana o falsa, disminuye el dolor. Engañándonos, nos aliviamos; pero un condenado no puede tener esperanza, ni puede engañarse. Cada instante sabe que no puede esperar nada. ¡Qué pensamiento tan cruel! Padecer mucho, pero esperar mucho, es padecer poco; pero padecer poco sin esperanza, es padecer mucho. Sin embargo, padecer mucho y sin esperanza es el colmo de todos los males, y esta es la suerte de los condenados, a quienes solo les queda la más funesta desesperación.
En esto se centran las falsas esperanzas de penitencia, con las que el demonio nos engaña y con las que nosotros nos engañamos, haciéndonos diferir nuestra enmienda bajo el pretexto de una ocasión más oportuna, lo que impide nuestra conversión.
FRUTO: Resuélvete a considerar como ligeras todas las penas a las que te mueva la penitencia, ya que te preservan de la más terrible, que es la del infierno.
"¿Quién conoció el poder de tu ira? Y por el temor que causa, nadie puede contar sus efectos." (Salmo 89:11-12)
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