Dios no mide la gloria de los bienaventurados por la gracia que tuvieron en este mundo, sino por la que les será dada en el otro, donde recibirán toda la gloria que gozaron en este mundo. La razón que Scoto da para probar que el pecador, por virtud de la penitencia, se eleva a mayor gracia que la que tuvo antes de pecar, es que, al recobrar la filiación divina, recobra también el derecho que tenía a la herencia celestial. Esto es la gracia que perdió cuando pecó, sin la cual nunca merecería gracia alguna, a menos que con la buena obra realizada mereciera salir del pecado. Esta gracia, sumada a la que antes poseía, hace un mayor número de grados de gracia que aquellos que tenía antes del pecado.
Scoto apoya esta doctrina con lo que dice el Salmo: "Que le lave Dios y le deje más limpio", refiriéndose a la limpieza que se obtiene después de haber sido contaminado por el pecado. Esto es lo que hace Dios cuando, al perdonar los pecados, retorna la gracia al alma mediante la penitencia, como el Papa Gregorio, el glorioso, dijo del apóstol San Pedro: fue más fiel después de haber hecho penitencia, y por la misma razón, ganó más gracia de la que había perdido.
Otros doctores dicen que a veces ocurre que el pecador se eleva a una mayor o menor gracia, o en ocasiones igual a la que tenía antes. La resolución más común de los teólogos es que al pecador arrepentido se le restituye alguna vez algo de la gracia que perdió, a veces toda, y otras, mayor cantidad de la que tenía antes. Como se mencionó, esto revivifica todas las obras meritorias que había realizado antes del pecado, las cuales, por razón del pecado, se consideraban mortificadas. Ahora, al adquirir un nuevo grado de gracia, corresponde al acto de penitencia realizado, el cual no hubiera tenido si no hubiera pecado.
En realidad, no se puede decir que el pecador haya ganado algo por el pecado, sino que perdió por el mal que cometió. Lo bueno que pudo haber hecho para merecer algo en el tiempo anterior al pecado, lo hizo al salir del pecado mediante la buena obra, la cual igualmente podría haber hecho sin haber pecado, y de esa manera merecería un aumento en gracia y gloria.
Además, la muerte, estando en pecado, podría haberle ocupado, pues Dios no tiene obligación de esperar a que se levante y haga penitencia. Si no lo hiciera, iría al infierno. Así, la pérdida de la gracia y de los demás bienes que le corresponden es cierta, y la ganancia, al menos, es dudosa, ya que el pecador no sabe si Dios le dará la mano para levantarse del pecado, y mucho menos a mayor gracia.
Es cierto que cuando se comete un pecado mortal, es como una cerradura que se cierra sin llave, pero no se abre sin ella. Al pecar, se da la llave a Dios, y Él la devolverá cuando lo desee, pues la contrición es un don suyo y no está en nuestra mano. Si tuviéramos la contrición en la bolsa o en el arca, podríamos decir a nuestro criado: "Toma esta llave, sáquela de aquella arca, aquellas lágrimas."
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