El Dolor de las Almas y la Inmensa Misericordia de Dios en la Purificación Espiritual



Hermanos y hermanas, hoy nos reunimos para meditar sobre el dolor de las almas que se encuentran en el purgatorio, purificándose de sus culpas antes de alcanzar la gloria eterna. Es un tema profundo y solemne, pues nos invita a reflexionar sobre la magnitud de la misericordia de Dios y, al mismo tiempo, sobre la gravedad del pecado.

El Santo, en su infinita sabiduría, nos revela que el sufrimiento en el purgatorio es, en muchos aspectos, más doloroso que los tormentos del infierno. Es cierto que las almas, al experimentar la ausencia de la gloria divina, sufren con un dolor inmenso, un dolor que les es tan propio y personal, que supera cualquier sufrimiento físico que podamos imaginar en esta vida. No es un dolor sensible que percibimos con nuestros cuerpos, sino un sufrimiento interior, espiritual, que nace del conocimiento claro y perfecto de que están privadas del bien infinito: la visión de Dios.

Las almas en el purgatorio sufren por la privación de ese bien tan deseado. Sin embargo, este sufrimiento, aunque grande, es, al mismo tiempo, un sufrimiento esperanzador. Ellas saben que su purificación las llevará a la paz eterna. Si miramos este dolor desde la perspectiva humana, podemos compararlo con el dolor de Cristo en su Pasión. No fueron más agudas las penas de Cristo en la cruz que las de estas almas que están purificándose, como lo señala el Doctor Angélico. La pena de daño que experimentan las almas purgantes no se compara con los tormentos que padeció la Virgen María, Madre de Dios, quien, al ver a su Hijo sufrir, experimentó un dolor incomparable.

San Bernardo de Claraval, en su profundo amor a la Virgen, nos recuerda que llamar a María "Reina de los Mártires" es algo apropiado, pues su dolor, al pie de la cruz, superó al de todos los mártires. En su corazón, la agonía del Hijo era una pena que no podría ser compartida por ninguna otra criatura. Y, aunque las almas en el purgatorio no están siendo atormentadas de la misma manera que Cristo o María, su sufrimiento es igualmente grande porque conocen la causa de su sufrimiento: sus pecados, que les han privado de la visión beatífica de Dios.

Este sufrimiento es, por lo tanto, un castigo justificado, pues las almas en el purgatorio están allí por sus culpas. Ellas se sienten angustiadas porque saben que han merecido este castigo. No hay mayor tormento para el alma que el conocimiento de que está apartada de Dios por su propio pecado. Si bien este sufrimiento no es eterno, el dolor que sienten es inmenso, porque anhelan el bien supremo, y lo saben perfectamente.

hermanos y hermanas, reflexionemos por un momento sobre nuestra propia vida y sobre las oportunidades que Dios nos da para arrepentirnos y alejarnos del pecado. ¿Cuántas veces nos dejamos llevar por las pasiones desordenadas: la ira, la soberbia, la envidia, el egoísmo? Estas pasiones ofenden a Dios y nos apartan de Él. Y si estas almas, que sufren en el purgatorio, pudieran regresar a la tierra por un solo momento, ¿qué no harían para evitar el sufrimiento que experimentan?

Como nos recuerda el Doctor Angélico, el sufrimiento en el purgatorio es mayor que cualquier tormento que podamos enfrentar en esta vida. Es por esto que, aunque no comprendamos completamente el dolor de las almas purgantes, debemos ofrecer nuestras oraciones y sacrificios por ellas. No olvidemos a nuestros seres queridos que ya han partido y que aún están purificándose en el purgatorio. Ofrezcamos por ellos nuestras oraciones, nuestras misas, y nuestras buenas obras, para que puedan ser liberadas más pronto de sus penas.

Finalmente, debemos reflexionar sobre lo que nos enseña la Pasión de Cristo y el dolor de la Virgen María. En su sufrimiento, tanto Jesús como María vivieron una experiencia de amor profundo por la humanidad, un amor que se expresa incluso en medio del dolor más insoportable. Al contemplar el sacrificio de Cristo y el dolor de su Madre, debemos preguntarnos: ¿Estamos nosotros dispuestos a vivir nuestra vida con la misma entrega, luchando contra el pecado y buscando siempre la gloria de Dios? Que este sufrimiento nos inspire a vivir más plenamente nuestra fe, a arrepentirnos de nuestros pecados y a buscar siempre la santidad.

Que el Señor nos conceda la gracia de vivir con consciencia de la seriedad del pecado y de la necesidad de arrepentirnos. Que nuestras oraciones y sacrificios, ofrecidos con amor, ayuden a las almas del purgatorio a alcanzar la paz eterna. Y que, al final de nuestra vida, nosotros mismos podamos entrar en la gloria de Dios, disfrutando de la beatitud eterna que Él tiene preparada para todos los que le siguen con corazón sincero.


Amén.


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