Esto le sucedió a San Benito Abad. Andaba el demonio observando todas las acciones de este devoto y monje, y cuando lo vio rendido, y fatigado del trabajo, fundó torres de viento sobre su soberbia.
Le pareció que si a su cansancio y fatiga se añadía alguna molestia más, haría que cambiara de propósito, y que, enfadado, dejaría de ser fiel.
No tardó en ejecutar sus dañados intentos, en orden a la destrucción de los hombres; y así no lo fue en este caso. Empezó a turbar el aire, a convocar los vientos, y levantando un torbellino, parecía que amenazaba con su furia. Se encolerizó tanto que, moviendo con gran ímpetu la puerta de la ermita y casi desajustándola de su propio lugar, dio un golpe muy fuerte en la cabeza del santo San Benito, que, como dijimos, estaba descansando junto a ella.
Este golpe fue el que pensó dar para trastornar todas las buenas intenciones de nuestro monje y meter en su corazón un horror y un desprecio hacia aquel desierto, bastándole para hacerle desamparar, y volver a su antiguo monasterio.
No hay peor cosa que despreciar al enemigo y juzgar por flaco su poder y débiles sus fuerzas. Les parece a algunos, engañados por su soberbia y poco aviso, que para deshacer a su contrario no es necesario emplear el resto de su poder ni ocupar su fuerza; y no se desengañan hasta que humillan su altivez, la vigilancia de su enemigo, que desconfiando de sí mismo y temiendo la pujanza del más poderoso, con arte, industria y buen gobierno, vence la mal gobernada potencia de quien le persigue. Muchas veces sucede lo mismo con el demonio.
Soberbio, menosprecia a todos, se juzga gigante y les parecen enanos los varones espirituales, con quienes lucha en batalla, y que, para derribarlos, no hace falta moverse.
San Benito, cuyo nombre veneran los príncipes de la tierra y temen los de las tinieblas, pensó espantarlo como si fuera niño, con quebrar la campanilla con que le avisaban al tiempo que le descolgaban la comida de lo alto de las peñas, en que se había sepultado en vida. Pero conoció con confusión suya, que mayores tentaciones, y que tribulaciones grandísimas, no podrían vencer corazón tan fuerte. Lo mismo le sucedió con Fulco. Lo vio cansado, fatigado y afligido, y le pareció que era flaco su espíritu, y que no era necesario mucho para rendirlo, y que con darle un golpe en la cabeza desfallecería. Pero él, que no tenía por fundamento de su virtud menos que la piedra viva de Cristo, a cien golpes que le diesen en el corazón, resistiría; al fin, como va, perfecto, enseñado a resistir a mayores trabajos, o, por mejor decir, a tener por regalos semejantes disgustos."
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