El Padre Taix, de Bosar, refiere que en Florencia había una pública y obstinada ramera, y que al invocar el nombre de la Princesa de los Cielos en el rosario, se le apareció esta Señora y le dijo: "Hija mía, deseo tu salvación; y para que consideres cuántos se condenan sin haber cometido la mitad de los pecados que tú, te hago saber que hoy aquí, en esta ciudad, un soldado y su amiga morirán de repente, y se condenarán. Hoy mismo morirán también aquí cuatro mozos, y se condenarán por no haber respondido a las divinas inspiraciones.
dos de tus compañeras serán hoy muertas con acero y condenadas. Estos doce se condenarán hoy en esta ciudad y fuera de ella, otros muchos. Y este mismo día, se condenará en España un muchacho porque intentó tratar deshonestamente con una hermana suya."
Nótese que en esta lista de condenados, la mayoría lo son por omisiones. Ante tal noticia, aquella mujer hizo una confesión general con un fervor tan especial que, de ahí en adelante, dio ejemplo con su vida, y su muerte fue envidiada. En fin, todo el daño temporal y espiritual del mundo tuvo su principio en una omisión, que, por cierto, fue muy semejante a la mía. La omisión de Adán fue no tomar de la mano a Eva para apartarla de la conversación con la serpiente, sobre lo cual, como dicen los rabinos, la serpiente tomó la apariencia de una hermosísima doncella. Y mi omisión fue (¡ay de mí!) no apartar a mi hija de la conversación con los hombres, temiendo que pudieran envenenar su conciencia más que todas las fieras juntas. La pena de Adán fue el destierro del Paraíso; la mía, el destierro del Cielo.
Pero ¿qué tiene que ver un Paraíso con otro, ni este destierro perpetuo con aquel temporal? Esta es la pena de daño cuya ponderación no ha osado entrar aún el autor de este libro, por ser asunto que podría faltar al entendimiento con conceptos y voces, a las voces expresiones, y a la expresión afectos con los que insinuar el menor grado de esta pena. La razón es concluyente, porque para conocer lo que es la privación de Dios, se ha de conocer lo que es Dios. Y como no se puede hacer un concepto adecuado de lo que es Dios, tampoco se puede de lo que es su privación, o, para hablar con rigor filosófico, su negación.
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