De Calupano, recluido, dice Surio que, mientras oraba, el demonio le ponía culebras entre los pies para estorvarle.
En otra ocasión, aparecieron en la entrada de su cueva dos dragones fieros con las cabezas levantadas. Calupano quedó inmóvil, y cuando intentó santiguarse, no pudo. Entonces le vino el pensamiento de rezar un Padrenuestro. Al comenzar a recitarlo, comenzó a liberarse de la ligadura. Se hizo la señal de la cruz en la boca y dijo:
—¿Eres tú el que echaste a Adán del Paraíso y mataste a Abel, y que llevó a Cristo a la cruz por los judíos? Humilla tu cuello y deja en paz a los siervos de Dios.
Dicho esto, uno de los dragones se revolvió a sus pies y exclamó:
—¡Vade retro, Satanás!
Ambos dragones huyeron con gran ruido, dejando tras de sí un hedor que quedó como testimonio de su presencia.
A Pelagia la pecadora, la noche de su conversión, el demonio le decía:
—¿Qué te he hecho yo para que me dejes de esta manera? Te he dado riquezas y joyas. Si quieres más, te las daré. No permitas que los cristianos se mofen de mí. ¿Por qué me das tal pago?
Pelagia, haciendo la señal de la cruz sobre sí misma, sopló y lo ahuyentó.
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