Cuando San Antonio no podía expulsar algún demonio, enviaba a su discípulo Paulo, cuya virtud contra los espíritus malignos era muy grande. En una ocasión, llevaron ante San Antonio a un muchacho poseído por un demonio terrible. Como Antonio no lograba expulsarlo, mandó a Paulo para que lo hiciera. Paulo, dirigiéndose al demonio, dijo:
—Sal del muchacho, te lo manda Antonio.
El demonio comenzó a maldecir a Antonio. Entonces Paulo respondió:
—Pues iré a decírselo a Cristo.
Subió a una peña y oró:
—Señor, no comeré hasta que sanes a este muchacho.
Al instante, el muchacho fue sanado.
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