SANTA MARÍA EGIPCÍACA. Habiendo vivido en un monasterio de Palestina muchos años en gran perfección de vida, un santo monje llamado Zósimas se pasó a otro monasterio, que estaba junto al río Jordán, por particular instinto e inspiración de Dios. Salió una vez (como lo acostumbraban hacer cada año todos los monjes de aquel monasterio al principio de Cuaresma, después de haber recibido la Sagrada Comunión) para internarse más adentro del desierto y dedicarse más plenamente a la penitencia, oración y contemplación del Señor, sin que ninguna cosa de la tierra le apartara de tener el corazón fijo en las del cielo. Su deseo era hallar algún ermitaño que le enseñara el camino de la perfección, porque aunque él se había ejercitado en ella toda su vida, todo lo que había hecho le parecía poco, y no acordándose de lo que ya había alcanzado, anhelaba lo que aún le faltaba.
Veinte días habían ya pasado desde que salió del monasterio cuando, estando en oración a la hora de sexta, vio cerca de sí una especie de sombra de cuerpo humano. Al principio se turbó un tanto, pensando si era alguna aparición, pero haciendo la señal de la cruz, desechó aquel vano temor. Y habiendo acabado su oración, al mirar con más atención aquella figura, le pareció que era una mujer, cuyo cuerpo estaba tostado y ennegrecido por los calores del sol. Tenía pocos cabellos, que solo le llegaban hasta la cerviz, pero eran blancos como lana.
Deseó Zósimas saber quién era y hablar con ella, porque desde que salió al desierto no había visto persona humana, ni animal de la tierra, ni ave del cielo. Al acercarse a ella, comenzó a huir hacia lo más apartado de aquella soledad. Olvidado Zósimas de su edad avanzada y sus flacas fuerzas, corrió tras ella y al fin la alcanzó. Estando cerca de ella, que le pareció que podía oírle, le dijo con tiernas y copiosas lágrimas: "¿Por qué huyes de mí, sierva de Dios? Mira que soy viejo y pecador. Yo te pido, y te conjuro, por aquel Señor a quien sirves en esta soledad, que me aguardes y te compadezcas de mí."
Oyendo estas palabras, ella se volvió al santo viejo y le dijo: "Abad Zósimas, por Dios te pido que me perdones; soy mujer y estoy desnuda, como ves, y por eso no puedo esperarte. Pero si deseas que lo haga, para que des a esta pecadora tu bendición y hagas oración por mí, dame tu manto con el que pueda cubrir mi desnudez."
Se espantó Zósimas cuando oyó que alguien, a quien nunca había hablado ni visto, nombraba su nombre. Comprendió que era obra de Dios. Arrojó inmediatamente su manto y se apartó a otro lado para que la mujer pudiera tomarlo más honestamente y cubrirse con él. Cuando ya estuvo cubierta, se acercó a donde él estaba y le dijo: "¿Qué quieres de esta mujer miserable pecadora, oh padre Zósimas?"
A continuación, ella le contó su historia de vida de pecado y arrepentimiento, como la tentación que la había llevado a una vida de perdición, comenzando en su juventud, su paso por el mar y su tiempo en Alejandría, hasta llegar a Jerusalén, donde su conciencia fue iluminada por la gracia divina. Reconoció su vida de inmundicia y de continuo pecado, y cómo, al no poder entrar en el templo de la Exaltación de la Santa Cruz, se dio cuenta de su estado miserable y se arrepintió sinceramente.Aquí te dejo el texto corregido con los errores ortográficos y de puntuación revisados, manteniendo el estilo original:
"Mas mi cuerpo con deleite carnal, y que en viendo la Santa Cruz, daré de mano a todas las cosas del siglo, y entraré por aquella estrecha senda de salud que tú me mostrarás." Hecha esta oración, confortada con el favor de la Virgen, le dijo que se había juntado con la gente y probado si podría entrar, y que luego entró sin dificultad alguna. Y que, estando en el templo, vio la Santa Cruz, que se mostraba a todos con gran pavor y temblor, considerando sus graves pecados. Y que, habiendo cumplido con sus devociones, se volvió al lugar donde estaba la Santa Imagen de la Virgen, a quien antes se había encomendado, y le dijo: "Ya es tiempo, Señora, que yo cumpla lo que os he prometido: enseñadme y mostradme el lugar donde queréis que esté, y lo que tengo que hacer." Y, diciendo estas palabras, oyó una voz que le dijo: «Si pasares el Jordán, allí hallarás reposo.» Y entendiendo que aquella voz hablaba con ella, y tornándose a suplicar a Nuestra Señora que la guiase de su mano, se puso en camino hacia el Jordán, con solo tres pequeños panes que compró de cierta limosna que un buen hombre le había dado.
Llegó aquel día al río Jordán, derramando en el camino muchas lágrimas: lavóse el rostro y los pies con aquella agua santificada, recibió los santos sacramentos de la penitencia y del altar en un monasterio de San Juan Bautista que allí estaba. Y después comió medio pan de los que llevaba, y bebió un poco de agua del Jordán, suplicando siempre a la sacratísima Virgen Nuestra Señora que la guiase y le mostrase el camino por donde había de ir. Y con tan buena guía, se fue alejando y entrando más adentro, esperando la misericordia del Señor, que llama a los pecadores y salva a los que se convierten a Él.
Después que hubo referido la santa pecadora a Zósimas todo lo que aquí hemos dicho, él la preguntó: "¿Cuántos años has estado en este desierto, y qué manjares has hallado en él y comido?" Ella respondió que cuarenta y siete años había estado en aquel yermo, y que aquellos dos panes y medio que llevaba consigo cuando pasó el Jordán, se habían endurecido como una piedra, y que comiendo un poquito de ellos le habían bastado para algunos años.
Quiso Zósimas saber de ella si había tenido mucha dificultad en aquella manera de vida tan rigurosa, especialmente en los principios y las tentaciones y batallas que había sufrido, y cómo las había vencido. Rogándola con gran instancia que le descubriera toda su alma, como había comenzado, sin dejar cosa que no le dijese. Y ella le respondió: que solo el pensar en las batallas que había pasado y los combates que había tenido le ponía grima, porque por espacio de diecisiete años había padecido tantas y tales tentaciones que, si no fuera muy favorecida de Dios, muchas veces la hubieran vencido y la hubieran hecho volver a la vida pasada, porque el demonio le traía a la memoria los deleites y gustos sensuales, y los regalados manjares del siglo, y especialmente el vino, que solía beber con abundancia; las palabras amorosas y las canciones que solía cantar para provocar a los hombres a que la desearan.
Mas que cuando se hallaba más acosada de estos pensamientos feos, se arrojaba al suelo, hería sus pechos y derramaba muchas lágrimas; y suplicaba amorosamente a la sacratísima Virgen María, que, pues la había dado por fiadora su precioso Hijo de la enmienda de su vida, que la favoreciese en aquel trance peligroso, y la amparase y defendiese del cruel enemigo, y le alcanzase victoria de su mismo Hijo, a quien ella, confiada de su patrocinio, deseaba servir. Y que solía, postrada, juntar la boca con la tierra, ponerse en oración y permanecer en ella hasta que se veía cercada de una luz del cielo, con que todas aquellas tinieblas y tentaciones se deshacían, y su alma quedaba serena y consolada. Y que, pasados los diecisiete años, había tenido mucha paz y experimentado grandes favores en la intercesión de la Virgen.
Preguntóla más: "¿Qué has comido en todos aquellos años, y cómo lo has pasado respecto al vestido?" Y ella le dijo: que, acabados los tres panes que había traído consigo, comió las yerbas del campo por espacio de los diecisiete años, y anduvo vestida hasta que los vestidos que traía se rasgaron y pudrieron; y que así quedó desnuda. Y a esta causa había decaído mucho y sido muy fatigada, por los rigurosos fríos del invierno y los calores excesivos del verano, que después la divina misericordia había sustentado su alma y su cuerpo con su divina palabra, y la había vestido con su gracia. Y que así su comida, bebida y vestido eran la palabra del Señor, porque el hombre no vive solo de pan, sino de toda palabra que procede de la boca de Dios.
Y porque Zósimas se admiró de que le citase palabras de la Sagrada Escritura, ella le dijo que, después que pasó el Jordán, no había visto persona viviente, ni animal alguno, ni había aprendido letras; pero que el Señor, que es Verbo Eterno, enseña la ciencia a quien le es servido. Rogóle entonces ella que, mientras viviese, no descubriera a nadie lo que había oído, y que al año siguiente no saliera en la Cuaresma de su monasterio, como solía, porque Dios no le dejaría salir. Y que la Semana Santa, la víspera de la Cena del Señor, tomase el Santísimo Sacramento del Cuerpo de Jesucristo, nuestro Redentor, y se viniera con Él junto al río Jordán, para que ella le recibiera de su mano. Porque no se había comulgado desde que se comulgó en el oratorio de San Juan Bautista, por no haber quien le administrase aquel santo sacramento, y ser voluntad de Dios que ella permaneciese en aquella soledad. Y que le avisaba que dijese a Juan, abad de su monasterio, que velase sobre él porque algunas cosas se hacían dignas de corrección, mas que no se lo dijese hasta que Dios se lo mandase.
Acabado este razonamiento, pidiendo la bendición a Zósimas y rogándole que suplicase a nuestro Señor le perdonase sus pecados, se despidió de él, y se entró más adentro en aquella soledad, dejándolo al santo viejo deshecho en lágrimas.
¡En vaso de gloria e incorruptión! ¿A qué abismo de maldad más profundo pudo bajar esta mujer por sí misma, y a qué cumbre de perfección y santidad pudo subir más alta, ayudada con la gracia del Señor? El cual le trocó el corazón, y la armó de su Espíritu, y la confortó, para que resistiese a sus malas inclinaciones, y envejecidas costumbres, y a las blanduras de su carne, y tentaciones de Satanás; y desnuda, y sin ningún abrigo, padeciese tantos años las injurias del cielo, y sin comer, ni beber, ni ver a nadie, viviese como ángel en cuerpo mortal. Nadie, pues, desespere de sí, por verse atascado en algún grande alolladero de innumerables pecados; más abra los ojos a la divina luz, y oiga la voz de Dios que, por la tribulación y malos sucesos, le llama. Tome a la Virgen sacratísima por abogada e intercesora, y déjese llevar de ella, como lo hizo esta pecadora. Siga el camino que Dios le mostrará, que poderoso es Él para sacar de las espinas rosas, y miel de la hiel, y de la muerte vida, y para poner por ejemplo de toda santidad en su Iglesia a los que estuvieron en algún tiempo sumidos y anegados debajo de las ondas de sus abominaciones; que así lo hizo con María Egipcíaca, cuya vida acabamos de escribir. Fue de tan grande eficacia para algunos que la leyeron, que dieron de mano a todas las cosas de la tierra, y se entregaron totalmente al servicio del Señor, como lo hizo San Juan Columbino, caballero senés, e instituidor de la religión de los Jesuatos."
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