Se narra en la vida de los Padres del desierto que dos hermanos, siendo tentados por pensamientos impuros enviados por el espíritu de fornicación, abandonaron la vida monástica. Más tarde, uno de ellos dijo al otro: "¿Qué hemos ganado con nuestros pensamientos impuros?" El otro respondió: "Condenación eterna, dejando la compañía de los ángeles."
Arrepentidos, regresaron al desierto y se sometieron a penitencia. Al cabo de un año, un anciano los visitó y notó que uno tenía el rostro pálido y el otro enrojecido. Al preguntar por la diferencia, el primero respondió: "Siempre medito en la amargura de las penas del infierno que merezco por la enormidad de mis pecados, por eso mi rostro está pálido." El segundo dijo: "Medito en las bendiciones de Dios que, siendo yo miserable, me ha salvado del pecado y del infierno; por eso mi rostro está siempre lleno de alegría." El anciano reconoció su penitencia se alegro.
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