la bienaventurada Virgen profesa que aquellos que veneran su memoria, se empeñan en realizar buenas obras por su amor y se muestran diligentes y fieles a su servicio.
Estos son los que ella mira con sus ojos más amorosos, a quienes abraza con especial protección, que nunca abandona (si su rebelión no los hace indignos), hasta que los haya conducido felizmente al Reino eterno. Todo esto se resume en pocas palabras en el devoto San Bernardo, cuando dice: 'Es imposible para ti, santa Señora, abandonar a aquel que pone su esperanza en ti, ya que eres la Madre de la misericordia'.
¿Quién, por lo tanto, no se esforzará, tanto como sus fuerzas lo permitan, en ser devoto de la Virgen María? ¿Quién no buscará todos los servicios más honorables que pueda imaginar para obligarse a la amistad de tan ilustre Princesa? Es cierto que es un gran honor ser amado por una Reina del mundo, pero cautivar el corazón de la Reina de las Reinas, de la Emperatriz del Cielo, de la Señora de los Ángeles: ¡ah! ese es un honor que va más allá de cualquier otro honor, un honor no solo preferible a las grandezas de la tierra, sino aún más a los favores más estrechos de todos los demás cortesanos del Cielo. Esto será suficiente, respecto al primer privilegio; ahora pasemos al segundo."
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