El demonio de desesperación lo tentaba

 


A san juan Climáco El demonio de desesperación lo tentaba constantemente, susurrándole dudas y temor, buscando que perdiera la esperanza y el propósito en medio de las dificultades. Intentaba desviar su mirada de la misión que le había sido encomendada, sugiriendo que sus esfuerzos eran en vano, que sus palabras no tendrían efecto y que el camino que seguía no tenía fruto. 

Sin embargo, este venerabilísimo . en su encuentro peligroso con su forzoso y envidioso enemigo, el deshonrador de todo bien, fue ayudado por el Señor, saliendo feliz y triunfante. 

Comenzó a derramar como lluvia preciosa los cristales de su divina doctrina, como un suave rocío que purificaba y fomentaba las plantas de la virtud, dando vida a todos los que acudían a él. Sus palabras, encendidas en el horno de su caridad, prendían fácilmente en los corazones más duros. Cuando, gracias a la eficaz y suave fuerza de esa lluvia, se levantó el viento del norte de las malas lenguas.

Le dijeron muchas ofensas, calumnias y reproches, acusándole de ser charlatán, engañoso, sofista e hipócrita. 

Sin embargo, el santo, sabiendo que todo lo podía gracias a su continua fortaleza interior, comprendió que no solo a través de la eficacia de sus palabras podía enseñar y edificar a los que venían a él por el bien de sus almas, sino también con mayor fuerza mediante su silencio. Este silencio oculto, inspirado por su sabiduría y virtud, era más efectivo que cualquier palabra. A través de este, mostró la alta filosofía de las buenas obras, cerrando sus labios divinos, como la Esposa que se guarda en el misterio hasta el tiempo señalado por Dios.

Así cumplió lo que está escrito: no dio ocasión de discordia a los que la buscaban. Conoció su eminente espíritu y entendió que era más prudente contener la dulce corriente de su santa doctrina, dejando que los corazones de los buenos recibieran la enseñanza a través del silencio, en lugar de irritar a aquellos ingratos y perversos jueces con palabras que solo habrían incrementado su malicia.

Admirados y sorprendidos por la humildad y la modestia del Santo, aquellos enemigos de la verdad, al darse cuenta del daño que habían causado al intentar detener el flujo de esa fuente de aguas vivas, se humillaron ante él, arrepentidos de su maldad. Le pidieron perdón y, con consentimiento común, suplicaron que esparciera los rayos de su sabiduría espiritual. El Santo, humilde y lleno de paciencia, accedió, sabiendo que no debía contradecir con furia, sino seguir el camino de la serenidad y la sabiduría superior que había practicado.


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