Todo pecado nace de la imprudencia. Pero, más específicamente, de aquella que directamente falta contra lo que se debe hacer. Así lo enseñaba San Anselmo, quien reprendía a sus monjes porque criaban a los muchachos con demasiado rigor y con leyes demasiado estrictas.
San Anselmo decía:
—Si encerráis un árbol entre cuatro paredes y no le dais espacio para extenderse, los ramos crecerán torcidos y los frutos serán amargos, por falta de sol.
De la misma manera, si criáis a los niños con excesivo rigor, ni os tendrán amor, ni creerán lo que les digáis, y su educación no dará frutos provechosos. La crianza debe hacerse de tal modo que sientan amor y benevolencia en todo, incluso en la corrección.
Así, San Anselmo enseñaba que la prudencia y la bondad son esenciales para guiar a los demás, especialmente a los niños.
De la prudencia y la falsa prudencia
En una ocasión, Cristo se apareció a un clérigo y le dijo:
—Corre, ve a Casio y dile: "Haz lo que debes hacer, porque para el día de los santos Apóstoles vendrás conmigo y recibirás la corona".
El clérigo, pensando que sería imprudente llevar malas noticias, no quiso ir y respondió:
—¿Cómo voy a dar ahora semejantes noticias?
Cristo se le apareció de nuevo, esta vez con más insistencia, y le reprendió severamente, ordenándole cumplir el encargo. Pero el clérigo volvió a resistirse, diciendo que no era el momento adecuado para dar ese mensaje. Cristo volvió a aparecerse y, le mostró los castigos en el infierno por desobediencia:
—Ahora irás y dirás lo que te mando —le ordenó.
Finalmente, el clérigo fue al obispo y le contó lo sucedido, mostrando sus manos marcadas por quemaduras de infierno como prueba del mandato divino.
El santo obispo, al escuchar el mensaje, lo agradeció profundamente, y el día de los santos Apóstoles, Casio murió tal como Cristo había anunciado. Así quedó corregida la falsa prudencia del clérigo.
De la discreción de espíritu
La discreción, que nos permite elegir lo conveniente y rechazar lo inconveniente, nos distingue de las bestias irracionales, aunque a veces ellas mismas, guiadas por Dios, nos pueden dar lecciones.
Cuenta Severo Sulpicio que un monje, al enfermarse por comer hierbas desconocidas, pidió al Señor que le enseñara De la astucia del demonio y la prudencia de los santos.
El demonio, en su intento de engañar a los hombres santos, suele disfrazarse de ángel de luz.
Así ocurrió un día con el Abad Hor. Muchos demonios se le aparecieron en figura de ángeles y le dijeron:
—Levántate, que viene Cristo.
Entre ellos apareció uno más grande, que le dijo:
—Tú has cumplido mi voluntad, y ahora vengo a llevarte conmigo, como a Elías. Por tanto, levántate y adórame.
El Abad Hor, con gran prudencia, respondió:
—¿Qué es esto? Yo adoro a mi Señor todos los días, y ahora tú me pides que te adore. ¡No eres tú mi Señor!
Al decir estas palabras, los demonios huyeron rápidamente, derrotados por su fe y sabiduría.
El engaño al santo Simeón Estilita
Otro día, el demonio intentó engañar a l monje Simeón Estilita. Se le apareció en un carro de fuego y le dijo:
—Dios me envía para llevarte conmigo, como a Elías. Ven, sube.
Simeón, confiado al principio, sacó una pierna para entrar en el carro, pero antes de hacerlo, hizo la señal de la cruz.
En ese momento, el demonio y el carro desaparecieron, y el santo, al darse cuenta de que había estado a punto de ser engañado, se reprendió a sí mismo.
—Así te quedarás, con la pierna levantada, por haber creído en el demonio.
Cumpliendo su penitencia, permaneció un año entero apoyado en un solo pie. El demonio, enfurecido, lo hirió en un muslo, lo que provocó que la herida se infectara y criara gusanos. Simeón, sin quejarse, recogía los gusanos que caían y los devolvía a la herida diciendo:
—Comed lo que Dios os da para comer.
De esta manera, Simeón castigó su descuido y ofreció su sufrimiento como una prueba de su amor a Dios.
Lección: Los santos nos enseñan que la prudencia y la fe en Dios son esenciales para resistir las artimañas del demonio, quien busca confundirno ,incluso bajo apariencia de bien.
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