Cuenta Nicephoro Calixto, en el libro 6 de su Historia Eclesiástica, y San Jerónimo, en la vida de San Pablo, un caso extraordinario y una lucha asombrosa que padeció un soldado. Este soldado, conocido por su castidad valerosa, enfrentó una prueba digna de ser recordada, pues hay victorias que no deben ser sepultadas en el olvido, ya que merecen un glorioso recuerdo.
Un joven soldado, guardián de su castidad como si fuera un tesoro, fue víctima de una tiranía que buscaba arrebatarle esa virtud. La estratagema, planeada por el demonio, incluyó la instigación de un tirano que ordenó que el soldado, fiel a Cristo, fuera tendido en el suelo y amarrado a cuatro postes. Así, con su cuerpo atado, sus miembros cautivos no podían resistirse a actos y operaciones impúdicas.
En esta situación tan lamentable y vergonzosa, el demonio utilizó a una mujer deshonesta como instrumento para tentar al soldado. Ella, impúdica y carente de razón, comenzó su ofensiva, colocando al mártir de la castidad en una prueba formidable.
El soldado, sin embargo, no estaba dormido como Sansón, aunque sí atado como él. Ante tal lance de fuerza y tentación, resistía de la única manera posible. No podía romper sus ataduras, como lo hiciera Sansón, pero tampoco estaba dispuesto a dejarse llevar por los movimientos que se buscaban imponerle.
Por la ley que lo prohibía y por la castidad que lo repugnaba, el soldado enfrentaba un conflicto desgarrador. Viéndose en esta lucha, decidió que el dolor sería como un freno para reprimir los movimientos de aquellos impulsos lascivos. Con valentía, utilizó la única parte de su cuerpo que no estaba atada: su lengua.
Cerrando los dientes con fuerza, apretó su lengua de tal manera que, como si fuera una cuchilla, logró cortarla. En un acto valeroso, entre sangre y saliva, escupió la lengua cortada al rostro de la mujer deshonesta.
El impacto fue contundente: el rostro de la mujer quedó teñido y avergonzado, la lujuria quedó humillada, y el tirano, amilanado por tal demostración de fuerza y virtud.
Queridos hermanos en Cristo,
Hoy meditaremos sobre un tema crucial en la vida cristiana: el heroísmo de la castidad y cómo, mediante la gracia de Dios, podemos vencer las tentaciones de la lujuria y la tiranía del pecado. A lo largo de la historia, hemos visto que aquellos que se han mantenido firmes en la virtud han sido exaltados como ejemplos de fe y resistencia. Hoy, a través de la historia de un soldado cristiano que resistió la tentación y la presión del mal, reflexionaremos sobre cómo, con la ayuda de Dios, podemos encontrar la victoria en medio de las pruebas más duras.
La tentación no es nueva. Desde el principio de la humanidad, el enemigo ha buscado socavar la moral y la pureza del corazón humano. En el caso de nuestro soldado, el demonio, utilizando a un tirano y a una mujer deshonesta, intentó doblegarlo. De esta manera, vemos cómo el mal utiliza cualquier medio para destruir la castidad y llevarnos al pecado. En la Escritura, vemos que la lujuria es una de las armas más poderosas que el enemigo usa contra nosotros.
En 1 Corintios 6:18, San Pablo nos instruye: "Huid de la fornicación. Cualquier otro pecado que el hombre comete está fuera del cuerpo; pero el que fornica, contra su propio cuerpo peca." La lujuria no solo es un pecado contra Dios, sino también contra nosotros mismos, ya que destruye la santidad del cuerpo que hemos recibido como templo del Espíritu Santo.
El soldado, al verse atrapado en una situación de extrema presión, decidió luchar contra la tentación con la misma determinación con la que un atleta se prepara para la batalla. En su caso, la castidad no era solo un valor moral, sino una armadura espiritual que lo protegía del mal.
El Heroísmo de la Castidad: La Fuerza del Alma
Es importante entender que el heroísmo no siempre se ve en grandes gestas públicas o en batallas físicas. A menudo, el verdadero heroísmo está en resistir las tentaciones que nos acechan en lo más íntimo de nuestro ser. La castidad, cuando se vive con fe y decisión, se convierte en un acto de valentía y resistencia contra las fuerzas que buscan corrompernos.
En el caso de nuestro soldado, vemos cómo, al verse atado y despojado de todo, incluso de la capacidad de moverse, recurrió a lo que aún le quedaba: su fuerza interior. Con valentía, tomó una decisión radical: cortar su lengua para evitar el pecado. Esta acción, aunque extrema, es una representación simbólica del sacrificio que Cristo mismo hizo por nosotros. En Mateo 5:29, Jesús nos dice: "Si tu ojo derecho te es ocasión de caer, sácalo y échalo de ti; porque mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado en el infierno." Aquí, Cristo nos llama a tomar medidas drásticas para preservar nuestra pureza y santidad.
La castidad es una virtud que se debe cultivar con la ayuda de la gracia de Dios. En Filipenses 4:13, San Pablo nos recuerda: "Todo lo puedo en Cristo que me fortalece." El soldado, a través de su fe y valentía, nos muestra que con la gracia de Dios podemos resistir cualquier tentación, por más fuerte que sea.
La Resistencia Contra la Tiranía del Pecado
La historia de este soldado también nos enseña sobre la lucha contra la tiranía del pecado. El tirano que ordenó el tormento del soldado es una representación del poder del mal que busca controlar nuestras vidas. Pero el soldado, al resistir la tentación, demostró que el mal no tiene poder sobre nosotros si estamos firmemente arraigados en Cristo.
En Romanos 6:12-13, San Pablo nos dice: "No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que obedezcáis a sus concupiscencias; ni presentéis vuestros miembros al pecado como instrumentos de iniquidad, sino presentaos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia." Aquí, San Pablo nos llama a resistir la tiranía del pecado, no cediendo ante sus falsas promesas de placer temporal, sino permaneciendo firmes en nuestra identidad como hijos de Dios.
Este soldado cristiano, en medio de su sufrimiento y humillación, demostró una resistencia heroica. Su acción de rechazar la tentación no solo fue un triunfo personal, sino una manifestación de la gracia de Dios que lo fortaleció en su lucha. En 2 Corintios 12:9, San Pablo nos recuerda: "Pero él me ha dicho: ‘Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad’." La debilidad humana se transforma en fortaleza cuando confiamos plenamente en la gracia de Dios.
El Triunfo de la Castidad: Humillación del Pecado
Finalmente, el soldado, al resistir la tentación, mostró que el pecado no tiene la última palabra. Al escupir su lengua cortada al rostro de la mujer, el soldado no solo venció la tentación, sino que humilló al enemigo. La lujuria, que había sido un instrumento del demonio para destruir su castidad, quedó derrotada. El rostro de la mujer, teñido por la sangre, simboliza la derrota de la inmoralidad y la victoria de la pureza.
En 1 Corintios 15:57, San Pablo proclama: "Pero gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo." La victoria que el soldado experimentó no fue solo suya, sino de Cristo que le dio la fuerza para vencer. En nuestras vidas, también podemos tener la victoria sobre el pecado y la tentación, si confiamos en el poder de Cristo y luchamos con valentía, como este soldado.
Hermanos, la lucha contra la tentación es real y constante. El enemigo, como un león rugiente, busca devorarnos, pero no estamos solos en esta lucha. Dios nos ha dado la gracia y la fortaleza necesarias para resistir. Sigamos el ejemplo de este soldado, que, en su valentía y fe, nos muestra que con Cristo, la victoria es posible. La castidad no es solo una virtud moral, sino un acto heroico de resistencia contra las fuerzas del mal. Que, con la gracia de Dios, podamos enfrentar todas las tentaciones y dificultades de la vida con la misma determinación, y que, al final, podamos decir con San Pablo: "Pero gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por mediode nuestro Señor Jesucristo."
Amén.
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