Si de verdad amáis a Dios, mostradlo

 


Si de verdad amáis a Dios, mostradlo procurando, en la medida de lo posible, evitar toda ocasión de tantas ofensas contra Él. "Guárdense" —dice el Doctor— "de no ser culpados de no amar a Dios y de aborrecerlo, pues no impiden tantas ofensas contra Él, pudiéndolo impedir". Que mire bien lo que hace quien tiene autoridad y poder para eliminarlas; sobre él recaerán todos los pecados que se cometan si no las elimina. ¿Para qué le ha dado Dios su autoridad?

¿Se ataja con pena de muerte la causa que puede introducir contagios? ¿Y la peste de las almas, que por tantos lugares se extiende, creciendo como espuma los escándalos? ¿No han de verla los presidentes y magistrados sin aplicar un remedio eficaz? No basta con emitir órdenes o regulaciones si estas no se ejecutan correctamente, como ocurre con las comedias: aunque muchas veces se han intentado reformar, cada día son más obscenas y lascivas. Y aunque algunos aseguran que es fácil eliminar los vicios que las corrompen, hasta ahora no se ha visto esa facilidad puesta en práctica.

Esto mismo ocurre con los bailes y máscaras licenciosas, como se puede observar en las trágicas máscaras de Wittenberg, en Alemania. Durante el carnaval, los tres Condes de Orlanda, acompañados de una destacada nobleza, visitaron al Príncipe Everardo, cabeza de su casa. Para alegrar a las damas, decidieron organizar una máscara nocturna. Los tres condes, junto con toda su cuadrilla de caballeros y criados, se disfrazaron de faunos, imitando el largo cabello que cubría todo el cuerpo, usando mucha estopa adherida con pez, cera y trementina. Por un rato, disfrutaron con grandes risas y un bullicioso desahogo.

Sin embargo, uno de los criados, sin darse cuenta, acercó su disfraz a una antorcha encendida, y el fuego prendió rápidamente, extendiéndose a los demás enmascarados. Los tres condes y los demás intentaron detener el incendio, pero los disfraces inflamables hicieron imposible el rescate. Al principio, los asistentes creyeron que se trataba de una broma, pero los gritos y alaridos de dolor pronto los desengañaron.

Se avisó que había en el jardín una gran pila de agua preparada para emergencias, pero al llegar, la encontraron completamente seca. Otros criados corrieron a buscar cubos de agua, pero antes de llegar algunos tropezaron y derramaron el agua, mientras que otros, en su prisa, rompieron los cántaros. De este modo, a pesar de contar con todos los medios necesarios —la pila, los cubos y los cántaros— nada pudo hacerse. Los tres condes y los demás enmascarados perecieron quemados vivos.

Esta tragedia no solo muestra el peligro de estas diversiones, sino que sirve como metáfora del incendio moral que provocan las actividades licenciosas, como las comedias, los bailes y las máscaras. Aunque hay voces y advertencias que alertan del peligro, y parece haber remedios a mano, el fuego sigue avivándose. Entre tanta agua aparentemente preparada, el incendio moral sigue cobrando fuerza, y muchos perecen en las llamas de estos desmanes.



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