Ninguna, y finalmente les es necesario pagarlo todo. ¿Dónde, pues, han tenido felices fines esos violentos consejos tan llenos de trabas y robos? ¿De dónde han procedido siempre las furias de los sediciosos? ¿De dónde las rebeliones de los irritados? ¿De dónde las convulsiones de los reinos, sino de esta misma fuente?
Los reinos permanecen gracias al amor de sus súbditos; y si alguna vez falta este afecto, ¿de qué sirven las riquezas, los castillos y las mayores honras, sino de mofa y burla?
No le aprovechó nada a Roboán la veneración hacia David, ni las grandes riquezas de Salomón, que superaron todos los prodigios, cuando, siguiendo los imprudentes consejos de algunos jóvenes, comenzó a oprimir al pueblo con terribles cargas. En ese mismo instante, rebelándose Jeroboán, diez partes del reino —de las doce que había— se alzaron contra él. Lo más horrible para los reyes es que este levantamiento fue aprobado por el mismo Dios, a través del profeta Ahías, con el resultado de los hechos y la permanencia de la felicidad en el nuevo reino.
El pueblo podría haberse apaciguado con una pequeña moderación de tributos y habría desistido de su rebeldía. Pero al imponer mayores cargas, y presionar aún más los malos consejeros, en un solo momento se rompió lo que en siglos no pudo volver a unirse.
Tantas guerras, que duraron casi doscientos años; tantas muertes de hermanos; tantos sacrilegios cometidos contra la religión, procedieron de los consejos de un solo día y de la necia terquedad de un joven mal aconsejado. ¿Qué hacen o qué intentan los príncipes que obran de esta manera, sino destruir sus propias entrañas?
La cruel desesperación mueve y altera a los pueblos oprimidos por un dominio cruel. En esos momentos, no mueve la ley, no retiene el magistrado; todo queda postrado y abatido.
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