La baronesa Sturton, en Inglaterra, pidió un día al Padre Juan Cornelio, de la Compañía de Jesús, un gran siervo de Dios, que celebrara una misa por el alma de su difunto esposo, llamado Juan. Durante la misa, después de la consagración (cuando el pan y el vino se convierten en el cuerpo y la sangre de Cristo) y en el momento de oración especial por los difuntos, el sacerdote quedó inmóvil y en una visión extática durante mucho tiempo.
Los que estaban presentes vieron, en una de las paredes de la capilla, un resplandor que parecía el reflejo de una llama encendida, como si ardiera detrás del altar.
Al terminar la misa, la baronesa y los demás preguntaron al sacerdote qué había sucedido. Él, muy conmovido, citó un pasaje de la Biblia: "Bienaventurados los muertos que mueren en el Señor" (Apocalipsis 14:13), y explicó lo que había visto:
Relató que había visto un lugar lleno de fuego vivo, y en medio de este, el alma del barón sufría y confesaba con gran dolor sus pecados, especialmente el haber dado demasiada importancia a lo que pensaban los demás cuando estaba en la corte. Por ese motivo, había descuidado su vida espiritual y ahora sufría mucho por ello. El barón suplicaba con gritos desesperados que los fieles oraran por él, para que Dios tuviera misericordia y le perdonara.
El sacerdote, lleno de lágrimas, contó todo esto. Los presentes quedaron tan impactados que se animaron a evitar cualquier pecado y a esforzarse en vivir una vida más recta.
Este relato nos invita también a reflexionar: es mejor cambiar ahora, llevar una vida más ordenada y buscar la perfección, que sufrir más tarde en el Purgatorio por un arrepentimiento tardío.
(Basado en la obra del P. Daniel Bartolus,
Sermón: Un Llamado a la Conversión y a la Oración por las Almas
Introducción
Queridos hermanos y hermanas en Cristo:
Hoy meditaremos sobre una conmovedora historia que nos enseña la importancia de vivir una vida recta y de orar por las almas que aún necesitan alcanzar la gloria celestial. Es la historia de la baronesa Sturton y su difunto esposo, el barón Juan, contada por el Padre Juan Cornelio, un siervo de Dios de la Compañía de Jesús. Que este relato nos mueva a reflexionar sobre nuestro destino eterno y sobre el amor de Dios, que nunca nos abandona.
Primera parte: La Visión del Sacerdote
Durante una misa ofrecida por el alma del barón Juan, el sacerdote, después de la consagración y mientras oraba por los difuntos, tuvo una visión extraordinaria. Vio al barón en un lugar de intenso sufrimiento, rodeado de fuego vivo. Ahí confesaba con gemidos sus faltas y lamentaba, sobre todo, haber dejado que los respetos humanos lo dominaran.
¿Qué son los "respetos humanos"? Es esa actitud de preocuparnos más por lo que piensan los demás que por lo que Dios espera de nosotros. El barón, cegado por su deseo de quedar bien ante la corte, descuidó su vida espiritual, y ahora sufría las consecuencias.
Este relato nos recuerda que todos somos responsables de nuestras decisiones. Dios, en su infinita justicia y misericordia, nos llama a rendir cuentas, no para condenarnos, sino para purificarnos y hacernos dignos de su presencia.
Segunda parte: La Esperanza del Purgatorio
El purgatorio no es un castigo sin propósito; es un lugar de purificación, un acto de amor divino que nos prepara para el cielo. El barón clamaba con gritos desesperados por la misericordia de Dios y la intercesión de los fieles.
Este detalle nos enseña algo crucial: nuestras oraciones tienen un poder inmenso. Cuando ofrecemos misas, rosarios o sacrificios por las almas del purgatorio, participamos en la obra redentora de Cristo, ayudándolas a alcanzar la paz eterna.
San Agustín decía: “Si no amamos a nuestros amigos muertos, no les ayudaremos. Si los amamos, les demostraremos amor al orar por ellos.” Que esta verdad nos impulse a rezar más fervientemente por esas almas que aún no han llegado a la gloria celestial.
Tercera parte: Nuestro Propio Camino
Hermanos, esta historia no solo nos llama a orar por los demás, sino también a reflexionar sobre nuestra propia vida. ¿Estamos dejando que los "respetos humanos" o nuestras propias debilidades nos alejen de Dios? ¿Nos estamos preocupando más por lo material, por las apariencias, o por lo eterno?
El sacerdote, después de la misa, lloraba mientras narraba lo que había visto. Aquello conmovió a los presentes y los llevó a esforzarse por llevar una vida más recta. Que este mismo mensaje cale en nosotros. Recordemos que Dios no nos llama a la perfección inmediata, pero sí a caminar constantemente hacia ella.
Conclusión: Cambiemos Hoy, No Mañana
Es mejor corregir nuestro rumbo ahora, mientras tenemos tiempo, que lamentarlo más tarde en el purgatorio. No esperemos al último momento para arrepentirnos. Comencemos hoy a vivir como Dios nos pide: con humildad, amor y obediencia a su voluntad.
Y no olvidemos a las almas que nos necesitan. Cada oración, cada misa ofrecida por ellas, es una muestra de amor y una obra de misericordia que un día también podríamos necesitar.
Hermanos, pidamos a Dios que nos guíe por el camino de la santidad y que, cuando llegue nuestro momento, nos encuentre listos para entrar en su reino de amor eterno.
Amén.
Comentarios
Publicar un comentario