En Suecia año 1300, un hombre noble llamado Oliver era conocido por su inquebrantable fe y virtudes.
Oliver poseía un majestuoso caballo llamado Obediencia y vestía una armadura resplandeciente que lo protegía del mal: una espada forjada con el Temor de Dios, una coraza impenetrable llamada Amor Divino, un yelmo de Sabiduría, y brazales y grebas que simbolizaban su Afecto a Dios y su Contrición sincera. Su devoción a lo divino era tan fuerte que incluso los espíritus inmundos temían acercarse.
Sin embargo, un espíritu inmundo, lleno de astucia y engaño, observaba a Oliver desde las sombras. Deseoso de corromperlo, urdió un plan para arrebatarle cada una de sus armas y su caballo, no por la fuerza, sino mediante el engaño.
La pérdida del caballo
Una tarde, mientras cabalgaba por un camino solitario, Oliver encontró a un anciano harapiento que parecía desfallecer. El espíritu inmundo había adoptado esa apariencia para engañarlo.
—Oh, buen caballero, estoy perdido y mis fuerzas me han abandonado. Por favor, permíteme montar en tu caballo solo hasta el siguiente pueblo.
Conmovido por la súplica, Oliver desmontó y ofreció al anciano las riendas de Obediencia. Pero en cuanto el anciano subió al caballo, este desapareció en un torbellino oscuro.
—Tu obediencia ahora me pertenece —dijo el espíritu inmundo, mostrando su verdadera forma por un instante antes de desaparecer. Sin su caballo, Oliver sintió cómo su camino se volvía más arduo y confuso, pero decidió continuar a pie, confiando en su fe.
La espada perdida
Poco después, el espíritu inmundo volvió, disfrazado esta vez de un viajero amable. Se sentó junto a Oliver junto a una fogata y le ofreció pan y vino.
—Caballero, ¿por qué llevar siempre esa espada? Aquí no hay peligro. Déjala a un lado y disfruta de este momento de paz.
Oliver, agotado por su caminata, colocó la espada del Temor de Dios junto a él. Pero apenas se distrajo, el viajero la tomó y huyó.
—Sin el temor del Señor, serás más vulnerable a los placeres del mundo y a mis engaños —murmuró el espíritu inmundo desde las sombras.
La coraza robada
Mientras seguía su camino, Oliver encontró a una mujer hermosa llorando al pie de un árbol.
—Oh, noble guerrero, tu coraza me intimida, y no puedo acercarme para pedirte ayuda. ¿Por qué no te la quitas y compartes conmigo tus palabras de consuelo?
Su dulzura lo conmovió, y Oliver se quitó la coraza del Amor Divino para sentarse junto a ella. En ese momento, la mujer reveló su verdadera forma: el espíritu inmundo.
—Sin el amor de Dios, te faltará fuerza para soportar la adversidad. Ahora me pertenece.
El espíritu inmundo desapareció, dejando a Oliver con el pecho expuesto y el corazón vulnerable.
El yelmo tirado en el lodo
Caminando por un sendero estrecho, Oliver encontró un arroyo cristalino donde lavarse el rostro. Allí, el espíritu inmundo apareció como un amigo de antaño.
—Oliver, ¿por qué sigues llevando ese yelmo? Mira este libro que contiene grandes secretos de sabiduría. Pero para entenderlo, necesitas quitarte el yelmo y abrir tu mente.
Oliver, deseoso de aprender, se quitó el yelmo de Sabiduría Divina y lo colocó a un lado. En ese instante, el espíritu inmundo lo empujó, tirando el yelmo al lodo.
—Sin la sabiduría de Dios, tus pensamientos serán distraídos por las banalidades del mundo —dijo con una risa maliciosa.
Los brazales y grebas abandonados
Finalmente, el espíritu inmundo apareció en su verdadera forma, oscuro y burlón.
—¿De qué sirven tus brazales del Afecto a Dios y tus grebas de Contrición sincera, si ya has perdido todo lo demás? Abandónalos. No tienes por qué sentir culpa ni aferrarte a esas cadenas inútiles.
Oliver, abatido por el peso de sus pérdidas, dejó caer las últimas piezas de su armadura. En ese momento, el espíritu inmundo se regocijó, rodeándolo con un aire oscuro y opresivo.
La redención
Despojado de sus armas y lleno de dudas, Oliver se arrodilló en el suelo. Con el corazón quebrantado, alzó su voz al cielo.
—Señor, he caído en el engaño, pero no abandonaré mi fe. Dame fuerza para resistir y luchar de nuevo.
Un rayo de luz descendió del cielo, y cada pieza de su armadura regresó a él, más resplandeciente que nunca. El caballo de Obediencia volvió, galopando desde las alturas. Ante el poder divino, el espíritu inmundo fue derrotado y huyó, aullando de frustración.
Desde ese día, Oliver se volvió más vigilante, sabiendo que las verdaderas armas del alma no deben abandonarse jamás, pues el enemigo siempre está al acecho,
buscando cualquier oportunidad para atacar.
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