A San Bernardo, habiendo enviado un poseso al sepulcro y reliquias de San Siro, le dijo el demonio, por menosprecio, que ni Siro ni Bernardo le habían de echar de su morada.
Mas respondió el Santo que ni Siro ni Bernardo le habían de echar, sino el Señor de todos, Jesucristo.
Esto es una razón para que su fe, esperanza y confianza en Dios anden siempre acompañadas de una humildad profunda y un verdadero reconocimiento del exorcista, buscando instantáneamente la mayor gloria de Dios y el remedio de los afligidos. Fuera de que no hay cosa que tanto atormente al demonio como la virtud de la humildad.
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