Referiré uno de muchos casos que, en presencia del Santo Tribunal de la Inquisición, me sucedieron y servirá de ejemplo de la verdad en dichas advertencias contenidas. Puse precepto al demonio para que, ni por palabra ni obra, ofendiese a persona alguna de las circunstantas, ni a otro cualquier católico, aunque ausente, vivo, ni muerto. Hechas estas diligencias con todas las circunstancias necesarias, le mandé debajo de precepto, en virtud de Cristo, con muchas penas y maldición de parte del Sacrosanto, Tremendo y siempre venerando Sacramento del Altar; ira e indignación de la Soberana Reina de los Ángeles, María Santísima, sin pecado original concebida, en el primer instante de su ser, dijese su nombre. Y él, no menos atrevido que alevoso, respondió que se significaba con llamarse: "Dux hijatenfis". Reprendíle, y tratándole como a padre de mentiras, le dije que mentía. Procuró satisfacer, diciendo que por haber condenado dicha persona podía él tomar su nombre. Y volviéndole yo a reprender en la forma dicha, dijo que probaría con evidente argumento la verdad de lo que había respondido. Le permití, para que con la evidente y católica respuesta que le había de dar, quedase más confuso y a todos constase su mentira.
Él, habida la permisión, con diabólica audacia y solapada astucia propuso en latín (era la persona a quien atormentaba una vieja criada toda su vida en las aldeas o lugares de la Valle de Thenas, en los montes Pirineos) el silogismo siguiente:
"Cualquier cosa que se diga en virtud de Cristo, ya sea por palabra o por deseo que así sea, es verdad "Guió,
'tú me has mandado, en virtud de Cristo, que dijera mi nombre'
por lo tanto, dije: 'es verdad'. A este argumento asistía, entre otras graves personas y doctas, una, así mismo grave y docta, pero poco experimentada.
La cual, sin reparo alguno, dijo ser evidente el argumento. Y como persistiese yo en afirmar que era falsísimo; admirándome de que una persona de tantas prendas dijese semejante sentencia como en favor del demonio, y en esto me detuviese algo, tomóse licencia el enemigo, y en latín dijo contra mi argumento que en romance se siguiera: 'Si supieses responder, ya me hubieras dado la respuesta
No hables, quieres gastar el tiempo en cosas no necesarias. A esto le respondí, confesando que de mi parte, y por mí, nada sabía; pero que, en virtud de Cristo, sabiduría del Eterno Padre, otra y mil veces afirmaba que su argumento era falsísimo; y así le mandaba oír la evidente respuesta, según el estilo de las Escuelas. Y para que eches de ver tu infame y necia astucia, repito tu delirio, aplicando luego la evidente y verdadera respuesta: cualquier cosa que se ordene en virtud de Cristo, ya sea para que suceda o se diga, es verdad.
Yo te mandé, en virtud de Cristo, que dijeras tu nombre: lo declaro menor; que dijeras tu nombre, sin daño alguno y prejuicio a cualquier persona católica: concedo menor.
Fue cosa rara, y pocas veces sucedida, esta en presencia del Santo Tribunal de sus Ministros y de otras muchas personas graves y doctas. Fue algo raro y singular, en que, habiendo oído el demonio el principio de la respuesta, sin querer aguardar más, echando aparente humo y fuego por la boca, ojos y narices de dicha atormentada, de todo punto se apartó, dejándola para siempre totalmente libre.
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