En cuanto a los medios que los ángeles malignos utilizan, al caer del cielo, algunos de ellos quedaron en la región media del aire, que es oscura, ya que los rayos del sol pasan sin detenerse, al no encontrar ningún cuerpo sólido en el que puedan reflejarse; sin esta reflexión, los rayos no emiten luz, como se puede observar en una cueva donde no hay claridad, salvo en el punto donde el rayo de luz se detiene. Y aunque no tuviéramos otra prueba, la regla general de San Jerónimo debería bastarnos, pues él dice en estos términos.
El aire, que divide el cielo y la tierra, es llamado vacío y está lleno de fuerzas contrarias.
Dado que ningún doctor de la Iglesia dudó jamás de esto, especialmente los primeros y más antiguos, debemos estimar que tenían buen testimonio de las Escrituras. Así, consideraban que nuestro Señor, en la parábola del sembrador, al mencionar a las aves del cielo que comían el grano, se refería e interpretaba a los demonios, a quienes llama "aves del cielo," es decir, del aire, según la expresión utilizada por los hebreos y también por nosotros, que solemos decir que la lluvia viene del cielo, o sea, del aire.
Como bien observó San Jerónimo, todos los filósofos concuerdan en que las nubes, de donde procede la lluvia, no se encuentran a más de dos mil pasos sobre la tierra en el punto más alto, mientras que la distancia del cielo a la tierra es incomparablemente mayor. En este sentido, San Pablo escribió a los Efesios que nuestra lucha no es principalmente contra los hombres, sino contra los príncipes de este mundo, que son espíritus malignos que habitan en las regiones celestes. Así lo explica también en el segundo capítulo de la misma epístola, en el que, por "regiones celestes," se debe entender el aire.
San Judas, en su carta canónica, menciona algo similar, mostrando que estos espíritus malignos se encuentran en el aire tenebroso.
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