Pocos hay que puedan tejer una corona de las armas y las letras, y manejar tan bien la espada como la pluma; pero entre todos los que han conseguido fama de sabios y de valientes, Miguel en el Cielo y en la Tierra es el capitán de los sabios y el sabio de los capitanes.
Alguno habló con demasiado encarecimiento y necesita de explicación cuando llamó a San Miguel Christi Magister, Maestro de Cristo. Coincide con otros doctores en que fue este soberano arcángel quien confortó a Cristo en el Huerto, trayéndole una embajada de su Padre, y le llama Maestro de Cristo no porque enseñase a Cristo, pues la criatura no podía enseñar al Creador, ni el que tenía ciencia limitada al que poseía sabiduría infinita; sino porque el Señor quiso hacer este honor, entre tantos, a Miguel, de oír de su boca las razones que él sabía mejor, dando también a los hombres este gran ejemplo, para que los que saben más escuchen a los que saben menos, y les entre del Cielo la luz de la verdad por la puerta de la humildad.
Y mereció este honor San Miguel por el oficio que hizo de doctor y maestro de los ángeles, para honra y gloria de su Dios y Señor. Cuando Luzbel, enamorado de su hermosura y desvanecido con los mismos dones que había recibido del Creador, solicitó para sí las adoraciones que se debían solo a Dios, y pretendió sublevar toda la república angélica, Miguel propuso a los ángeles la grandeza del ser divino, sus infinitas perfecciones, por las cuales debía ser adorado, servido y amado por todas sus criaturas, diciendo: ¿Quién como Dios? Y con su celo, sabiduría y elocuencia conservó la mayor parte de los ángeles en la sujeción a su Creador. Pues, como prueban algunos teólogos, de la misma manera que Luzbel fue la causa de que se rebelaran contra Dios los ángeles infieles, Miguel lo fue de que los leales permanecieran en la obediencia. Bien merece ser llamado Miguel, el Doctor de los Doctores del Cielo, porque todos los ángeles son maestros y doctores de los hombres, y los ángeles superiores lo son de los inferiores, y de todos fue doctor y maestro San Miguel.
Por la misma razón, es el príncipe de los sabios de la gloria, porque a él están sujetos, por la preeminencia de su sabiduría y superior empleo de su ciencia, todos los maestros de aquella celestial universidad. Y por su disposición, según las órdenes que recibe de Dios, los ángeles alumbran y enseñan a los hombres, y los espíritus superiores a los inferiores. Por el celo y la sabiduría con que predicó a los ángeles, algunos le llaman apóstol.
¿Más qué Apóstol es Miguel? Muchos son llamados apóstoles porque convirtieron un reino, una provincia o una nación; y San Pablo es llamado por excelencia apóstol y doctor de las gentes, por haber convertido muchas naciones a la fe; pero San Miguel es más insigne doctor y más excelente apóstol, porque no es apóstol de los hombres, sino de los ángeles; no es doctor de las gentes, sino de los espíritus soberanos, y conservó con sus palabras en el servicio de Dios más ángeles de los que hubiera convertido si fueran cien mundos de hombres. Pues el número de los espíritus soberanos es innumerable, y excede al número de los hombres, como el mar a un arroyo, y todo el mundo a una pequeña ciudad.
Rómulo dio el título de Padres a los consejeros de Roma, y los que hacían algún gran servicio o beneficio a la república romana eran llamados Padres de la Patria. Padre de los ángeles y padre de la patria celestial es Miguel, por el buen consejo que dio a los ángeles, y porque con su celo y solicitud se conservó en la obediencia de su Rey y Señor aquella celestial república Peligros, y defender de los demonios. En señal de su grado y doctrina, que alumbra y enciende con su ardor y claridad, se introduce este sapientísimo Príncipe en el Apocalipsis, vestido de una hermosa nube, coronada su cabeza con el arco iris, su rostro resplandeciente como el sol, sus pies como columnas de fuego, y con un libro abierto en la mano, y juntamente predicando a la tierra y al mar el fin de los siglos y la brevedad de esta vida.
Mostrando que no se desdeña el supremo Doctor del Cielo de ser Doctor de la Tierra, y enseñar por sí mismo a los hombres, como enseñó a los ángeles. Así lo hizo también en el Monte Sinaí, dando a Moisés la Ley de Dios, para que la enseñase al pueblo hebreo, de donde la había de aprender el pueblo cristiano. Se cree que Miguel fue el ángel que reveló a San Juan Evangelista los secretos del Apocalipsis; y siendo estos secretos los sucesos que ha de tener la Iglesia hasta el fin de los siglos, ¿a quién tocaba revelarlos, sino al que es el Patrono máximo de la Iglesia, como veremos?
Y si fue otro ángel quien hizo estas revelaciones, sería por orden de San Miguel. A muchos devotos ha enseñado verdades importantísimas para su salvación; lo que nosotros le hemos de pedir es que nos enseñe a temer y amar a Dios, y nos conserve, como a los ángeles fieles, en la obediencia y sujeción al Creador, que es juntamente nuestro Redentor y Salvador.
Antiguamente, encomendó Dios la Sinagoga a Miguel, y él hizo grandes mercedes en general y, en particular, a los Patriarcas, Profetas y Santos que resplandecieron en ella. Después le ha encomendado la Iglesia, como lo afirman los doctores, y la misma Iglesia se precia de tenerle por patrón. Pantaleón, diácono, dice que, después de Dios y de su Madre, es el Patrón Máximo de la Iglesia San Miguel. Y se le llama Patrón Máximo porque, aunque diversos reinos cristianos y en ellos muchas ciudades e iglesias tienen diversos patrones, todas las iglesias, ciudades y reinos de la cristiandad deben reconocer a este soberano Príncipe como su Máximo Patrón. Por eso, la Santa Iglesia consagra a su honor dos fiestas en el año: la de su dedicación y la de sus apariciones, porque aunque en ellas venera y festeja a todos los ángeles, lo hace más particularmente a San Miguel, como se ve en el oficio de estos días.
Mereció Miguel el patronato de la Iglesia, esposa querida de Jesucristo, por los servicios que le hizo antes y después de la Encarnación, y por los que hizo a los hombres por su respeto. Según el sentir de graves teólogos, el pecado de los ángeles consistió en que, revelándoles Dios que su Hijo había de hacerse hombre, Lucifer apeteció para sí la unión hipostática, y los ángeles rebeldes no quisieron adorar una naturaleza inferior a la suya. Pero Miguel se alegró de que Dios se hiciese hombre, y que habitasen en Cristo la plenitud de la divinidad corporalmente, y que fue la naturaleza humana exaltada sobre la angelical. Por la gloria de Cristo, peleó contra Lucifer y sus ángeles, y persuadió a los espíritus fieles a que adoraran a un Hombre-Dios. Luego deseó que se apresurase la venida de Cristo para adorarlo y servirlo; y, porque había de ser hombre, amó con especial cariño a todos los hombres y los tomó bajo su amparo y patrocinio.
Porque había de nacer del pueblo hebreo, le favoreció en todas ocasiones, hizo estupendos prodigios para sacarlo del cautiverio de Egipto, y le acompañó durante cuarenta años, sufriendo muchas ingratitudes y murmuraciones de aquella gente, y haciéndoles muchos favores y beneficios. Al nacer Cristo, vino con todos los ejércitos de los ángeles a adorarle y cantar a Dios la gloria, y a los hombres la paz; y para que fuese más festejado el nacimiento, dispuso que viniesen a adorarlo los Reyes y los Pastores; y después sirvió a Cristo en la niñez, en la juventud y toda la vida, Pasión, Muerte, Resurrección y Ascensión, en las que le acompañó con todos los ejércitos angélicos para hacer más solemne el triunfo y la entrada en la Corte Celestial. No hablo de lo que sirvió a María, que está tan unido con lo que sirvió a su Hijo; basta decir que se precia de tenerla por Reina, siendo mujer y pura criatura; y se honra de estar a sus pies, y que le mande, obedeciéndola con gran prontitud, estando pendiente siempre de su voluntad.
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