Los Sacramentos: Puentes hacia la Misericordia de Dios

 


Con la ayuda de la razón, de la fe y de la conciencia podemos fácilmente, hijos míos, conocer nuestros deberes y discernir el bien del mal. Pero la debilidad del hombre es tan grande que él, por sí mismo, no es capaz de hacer el bien o de evitar el mal; más ni aun es capaz, por sí mismo, de concebir un buen pensamiento. Por lo tanto, sin Dios y su divina gracia, nadie se salvaría, y no es posible alcanzar este supremo bien sin cumplir sus santos mandamientos. La gracia es un don que Dios nos comunica por efecto de su misericordia y en consideración a los padecimientos de su divino Hijo. El mismo Jesucristo, por medio de su cruel y horrorosa muerte, nos ha alcanzado el sostén y la ayuda de su divino Padre, convirtiéndose en nuestro Salvador. No solamente nos devuelve la esperanza del Cielo que habíamos perdido por el pecado de Adán, sino que nos suministra medios para alcanzar esta dicha eterna e inefable. Dios no debe a nadie su gracia; y, sin embargo, queridos niños, jamás la rehúsa a quien de veras la implora; y si a veces no nos sabemos aprovechar de ella, consiste solamente en nuestras propias faltas: la gracia se obtiene por medio de oración y por el uso de los sacramentos. Los sacramentos son señales sensibles a las cuales Dios se ha dignado unir la gracia que nos santifica. Son señales porque nos hacen conocer la gracia de Dios; son sensibles porque despiertan nuestros sentidos. De manera que en los sacramentos existen dos cualidades o circunstancias: la una visible, que es la acción exterior por la cual se administra el sacramento; la otra, que no vemos, es la gracia que Dios ha unido a esta acción y que se comunica interiormente en nuestra alma cuando recibimos el sacramento con buenas disposiciones. Jesucristo ha instituido por sí mismo los sacramentos, siendo él solo el que tenía facultad de hacerlo, y ha instituido cuantos son menester para proveer a todas las necesidades del alma y para todas las edades de la vida. Los sacramentos son siete: Bautismo, Confirmación, Penitencia, Eucaristía, Unción de los enfermos, Orden y Matrimonio. El sacramento del Bautismo borra de nuestras almas el pecado original y nos hace cristianos, o lo que es lo mismo, hijos de Dios y de la Iglesia.

El Sacramento de la Confirmación nos hace perfectos cristianos, comunicándonos abundantes gracias del Espíritu Santo, que es la tercera persona de la Santísima Trinidad. El Sacramento de la Penitencia nos purifica de los pecados que hemos tenido la desgracia de cometer después del Bautismo. El Sacramento de la Eucaristía alimenta nuestras almas con el cuerpo y sangre de Nuestro Señor Jesucristo, oculto bajo las especies de pan y vino. El Sacramento de la Unción de los enfermos se administra a los enfermos, ya sea para aliviar sus padecimientos, si Dios lo permite, o para ayudarlos a bien morir si quiere llamarlos a sí. El Sacramento del Orden ordena a los sacerdotes que gobiernan la Iglesia. El Sacramento del Matrimonio bendice a los esposos y los une ante Dios. Más adelante se os dará, hijos míos, una instrucción detallada sobre cada uno de estos sacramentos; hoy me limitaré solo a explicaros lo que desde ahora es importante que conozcáis. En primer lugar, el Bautismo que habéis recibido en el momento de nacer; después, la Eucaristía que recibiréis cuando tengáis las disposiciones necesarias; y, en fin, la Penitencia, porque os acercáis a la edad en que empieza a ser necesaria la confesión de vuestras faltas.

Del Sacramento del Bautismo. El Bautismo es un sacramento que borra en los niños el pecado original; y en las personas que lo reciben en edad de razón, no solo borra el pecado original, sino además los pecados actuales que hayan podido cometer. Por este sacramento nos hacemos cristianos, es decir, hijos de Dios y de la Iglesia. Ya sabéis, hijos míos, que todos nacemos culpables por causa de la desobediencia de Adán, indignos además del Cielo-

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