Príncipe Cristiano llamado Vratislao, hijo del piadoso Borivorio y de su mujer, la fidelísima católica y santa Ludmila. Trataron, como cuidadosos padres, de preparar a su querido hijo para que en él se continuase el reino, y lo casaron con Drahomira Lucenfe, noblísima en sangre, pero desfenestrada en costumbres, como a la muerte.
Con la de Vratislao, entró en el imperio Drahomira y comenzó a gobernar en su nombre, mientras que, haciendo matar a Ludmila para disponerlo mejor, Voleflao, su hijo mal inclinado, tomó posesión de la corona e inició el gobierno. Con el poder que tenía, Drahomira dio rienda suelta a sus costumbres, siguiendo los malditos impulsos de su indómita inclinación, y como esta la arrastraba hacia los gentiles, pronto manifestó su soberbia ira contra los católicos.
No perdonó los sagrados templos, arrestándose a otras demostraciones impías, en las que acabó descubriendo aquel fuego que hasta entonces había podido tener culto, y dio con sus humos en las profanas aras, con desconsuelo general de los que reverenciaban a un solo Dios todopoderoso en las verdades. Con estas abominables costumbres de Drahomira, se irritaron tanto los bohemios católicos que ofrecieron el reino a Wenceslao, santísimo príncipe, solicitando por este camino atajar los inconvenientes tan dañinos que a todos les seguían con el gobierno de tan mala reina.
Ella, más enfurecida con esta resolución que tomaron los fieles, hizo la suya, que fue maquinar la muerte de Wenceslao, su hijo, con entrañas de fiera contra las piedades de madre y con odio a nuestra santa fe católica. Hizo intervenir en la ejecución de esta injusta sentencia a Boleslao, segundo Caín de otro inocente Abel, que se ardía en envidia, viendo los aplausos con que gobernaba su hermano, del reino fiel elegido, a quien pagaba los afectos, empleado siempre en piedades con los pobres, viudas y otros desamparados que hallaban en él oficios de padre, sin los embaraços que asfixian a los príncipes naturales por la grandeza y en él purificados con la misericordia divina.
Sin ella, el cruel fratricida tuvo dispuesta su muerte en la misma iglesia donde él adoraba a Jesucristo. Para que se reconociese, le daba muerte en odio de su santísimo nombre, y el santo mártir lo aguardaba, con lo que la recibió de la oración prevenido, salpicado con su sangre, de quien aún estos tiempos son vivos esmaltes, como la Breviario. La iglesia refiere en su oficio, Roma, con que le celebra mártir gloriosísimo, dispuesto Clemente X, nuestro santo padre, en su festividad el 8 de septiembre.Corregido:
Dentro de esta misma historia, refiere el mismo Drubavio un milagro, del cual la Cristiandad no recogió menos frutos que en los pasados, pues con él se terminó de reducir a ella a los Bohemios. Luego que murió Wenceslao, quiso el infiel privarle de los aplausos que entre los cristianos gozaba su Santísimo cuerpo. Para ello, mandó retirarlo a la Ciudad de Praga, y aunque lo dispuso con indecible silencio y cautela, él mismo se iba descubriendo con sus maravillas.
El milagro que interesa a nuestro propósito fue el siguiente: en el camino había un río muy profundo. Llegaron a él los que en un coche llevaban el cuerpo del glorioso Mártir, y, no advirtiendo la profundidad de las aguas, dieron rienda a los caballos para que atravesaran las corrientes. Estas, reconociendo la sagrada prenda que en el coche iba oculta, se solidificaron, formando un puente labrado de sus mismos cristales, para que pasara aquel soldado de Jesucristo, que había muerto en su obsequio y en defensa de la Fe Católica, contra la idolatría.
Con esta fiel demostración, el agua quedó vencida, y los gentiles se convirtieron a la verdad, detestando los falsos errores. Habían visto el elemento fluido condensarse en firmeza de roca, donde el brazo de Dios se manifestaba poderoso en honra de sus santos.
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