La Tierra Denuncia la Herejía del Hereje ante el Santo Abad Cosme"

 


 Refiere Juan Mosco, en su Prado Espiritual (Cap. 40), que un santo abad, llamado Cosme, viniendo de Jerusalén, paró en Antioquía, donde Gregorio era patriarca, y se quedó a vivir en su compañía. El santo prelado lo acogió con gusto, pues su huésped era una persona de grandes virtudes, acompañadas de no menores conocimientos, destacándose especialmente por el celo con que perseguía la herejía y defendía la fe católica. 

Fiel amante de Jesucristo y aborrecedor de las falsas doctrinas que se oponen a la pureza de su santa ley, observantísimo en ella, llegó el término de sus días, que fueron largos y muy dichosos por haberlos vivido empleado todos en el servicio de Dios, sin duda la mayor felicidad que puede gozar un alma en esta vida, pues sale de ella para poseer las de la otra, que son indecibles. 

El patriarca lo veneró tanto que, viéndolo ya difunto, quiso manifestar en la sepultura los créditos de su amistad, ilustrados por su gran veneración. Enterró el bendito cuerpo en un monasterio donde vivía Gregorio, y le dio en la tierra un sepulcro muy decente, después de otras graves circunstancias en las que manifestó su cariño.

Sucedió que un pobre mendigo, muy frecuente en acudir a esta iglesia a pedir limosna, siempre se colocaba cerca de la sepultura donde estaba enterrado el santo abad, para que pudiera ser testigo de un suceso tan asombroso.

 Vio que, abriéndose la tierra por esa parte, como formando bocas para hablar, salían de ellas unas voces que decían: "Apártate, apártate, no te acerques a mí, hereje; vete de esta tierra, no me toques, enemigo de la fe católica."

 Oyó tan Tantas veces oyó estas voces que salían de la tierra que, sin tener duda alguna de que aquella sepultura era donde el abad Cosme estaba enterrado, se determinó a dar noticia al prelado del convento, para que no quedara sin averiguación un suceso tan milagroso. Se investigó con todo cuidado este caso y se descubrió que, en efecto, estaba enterrado un hereje (que había sido oculto) en la sepultura inmediata. El santo abad, como fiel y devoto católico, no quería que el hereje se acercara a él ni que lo tocara, aun después de muerto.

Ante esto, cambiaron de lugar al hereje, expulsándolo de la sepultura. Como hemos visto, la tierra fue el teatro donde se representó esta maravilla, en tan alto crédito de nuestra Santísima Fe Católica.

Considera que tendrás arrepentimiento eterno si no te aprovechas de esta ocasión del tiempo para merecer el reino de los cielos, viendo que con tan poca diligencia lo perdiste y que por un gusto tan breve lo dejaste ganar. ¿Qué rabia y qué furor tenía Esaú cuando volvió sobre sí y vio que su hermano menor le había llevado la bendición de primogénito, por haberle él vendido la primogenitura por una escudilla de lentejas? Bramaba y se deshacía de coraje. Mírate a ti en este espejo: por un gusto vilísimo y brevísimo, vendiste el reino de los cielos. ¿Qué harías si hubieras caído en el infierno, sino lamentar con eternas lágrimas lo que en un breve tiempo perdiste?


Cam, cuando conoció que él y sus descendientes fueron malditos e infames por no haberse sabido valer de la ocasión, de la cual se aprovecharon sus hermanos, habiéndola primero tenido él en las manos, ¿qué sentimiento tendría o debió tener? Mide aquí el sentimiento que tendrá un condenado, que, no aprovechándose del tiempo de su vida, se ve maldito de Dios por una eternidad, mientras que otros que fueron menos que él estarán benditos y premiados en el cielo.


Los yernos de Lot, cuando vieron que, pudiéndose escapar del fuego, no quisieron hacerlo, riéndose de sus consejos, ¿qué pesar tendrían de no haberse aprovechado de aquella tan buena ocasión que se les presentó? ¡Oh, qué llanto! ¡Oh, qué pena! ¡Oh, qué rabia! ¡Oh, qué desesperación tendrá un condenado, cuando se acuerde de que, habiendo sido convidado por Cristo para salvarse en el cielo, vea que sobre él está llorando eternamente una tempestad de fuego, azufre y tormentos!


El rey Hannon, que tuvo tan buena ocasión de hacer paces con David, cuando vio arruinar sus ciudades y quemar a sus habitantes como ladrillos en el horno, ¿qué daría por haberse aprovechado de la ocasión que tuvo de tener amistad con tan gran rey y poseer en paz su propio reino? Pero, ¿qué tiene que ver eso con lo que sentirá el pecador cuando se vea a sí mismo abrasado en el infierno, enemigo eterno del Rey del cielo, habiendo él perdido el reinado con los santos? ¿Qué despecho y pesadumbre no tendrá?


El mal ladrón que fue crucificado con el Salvador del mundo, y tuvo tan buena ocasión para salvarse como su compañero, ¿cuán grande llanto hará ahora por esto? ¿Y qué arrepentimiento será el del rico avariento, a quien se le presentó tan buena ocasión por sus puertas pidiéndole Lázaro una limosna con la cual pudiera redimir sus pecados, y él la dejó pasar, siendo más inhumano que sus perros, que no dejaban ir al pobre sin compasión?


En las Sagradas Letras hay pocas comparaciones más proporcionales para entender lo que es eternidad y tiempo que la de una estatua y su sombra. En efecto, así como la estatua permanece inmóvil por muchos siglos, sin crecer ni menguar, su sombra continuamente se está moviendo, siendo ya mayor, ya menor. Así también, en correspondencia con tiempo y eternidad, la eternidad siempre está inmóvil, firme y fija, sin recibir más ni menos, mientras el tiempo siempre se está moviendo y mudando. Y como la sombra, que a la mañana es grande, al mediodía es menor, y a la tarde vuelve a crecer, sin haber momento en que no se mude, así la vida no tiene punto fijo, sino que siempre anda con perpétuas mudanzas, y en la mayor prosperidad suele ser más corta.


Amán, el mismo día que pensaba sentarse a la mesa con el rey Asuero, por el cual había sido ensalzado sobre todos los príncipes del reino, fue ignominiosamente ahorcado. Holofernes, cuando pensaba tener el mejor día de su vida, fue miserablemente degollado. El rey Baltasar, en el día más célebre que tuvo en todo el tiempo que reinó, pues en él hizo ostentación de sus grandezas, riquezas y regalos, fue muerto por los persas. Herodes, cuando mostró más su majestad, para lo cual se vistió de brocado riquísimo de oro y fue aclamado casi como Dios, fue herido mortalmente.


No hay cosa constante en la vida. Aun la luna tiene sus mudanzas cada mes; pero el tiempo de la vida del hombre las tiene cada día y cada hora, pues ya está enfermo, ya sano, ya triste, ya colérico, ya airado, ya temeroso.



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