vi a un joven de extraordinarias señas, el cual venía huyendo a paso ligero de una doncella muy hermosa, la cual traía un espejo en la mano, y poniéndoselo enfrente, cuanto ella de su parte alcanzaba, le daba muy tiernas voces, en las que le decía:
No te alejes del espejo ni escapes, desdichado, de aquel que, por desear lo bueno, te muestra el mal.
Por más que la honesta doncella le llamaba, él no se detenía, ni volvía el rostro para mirarse en aquel espejo.
Vi en el vestido que llevaba el fugitivo joven, un paño de aguas muy oscuras, guarnecido de puntas negras, todo muy triste.
Reconocí que tenía atadas las manos, tanto como sueltos los pies, manifestando muy vivo el sentido del oído, cuanto corto y enfermo el de la vista; con lo que no reparaba en unas letras que llevaba sobre el pecho, grabadas en una lámina de oro, donde iba también el retrato de una hermosísima paloma.
Supe después que, en leerlas, hubiera tenido gran ganancia, y que podría haberlo hecho con mucha facilidad, deteniendo su ligero paso para mirarse en el espejo.
Yo quedé admirado de haberlo visto, y para reconocerle, me determiné a seguirle, cuando, como con un propósito firme, se me puso delante mi amigo Firme Propósito, y toda aquella santa compañía con quien me dejaste en mi última jornada.
Llamé a Lección, que era quien me sacaba de todas mis dudas, y para sacarme de la presente (diciéndome todo lo que en este suceso estaba representado, muy congruente a lo pasado), hablé en la forma que sigue:
—Sabe, hijo, que este mancebo que has visto se llama Oblivioso, que quiere decir lo mismo que olvidadizo. Este nombre se lo puso el Apóstol Santiago en su Carta Epístola Católica, de donde he tomado lo principal de lo que ahora te voy diciendo, para darte a entender, con estas representaciones, lo que conviene saber para llegar donde deseas, siguiendo los pasos de quien te guía."
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