Para vivir san Antonio Abad,con mayor soledad y más desembarazado de los negocios de este mundo, se encerró en su monasterio, con resolución de no hablar con persona viviente, sino dedicarse solo a ayunos y oraciones. Estando así encerrado, vino a él un caballero del emperador Martiniano, el cual tenía una hija cruelmente atormentada por el enemigo, y suplicó al santo que se dignase a hacer oración por ella. El santo respondió desde dentro, sin que sus ruegos fuesen suficientes para que abriese y violase su clausura, diciéndole:
"¡Oh hombre! ¿Por qué pides mi ayuda, viendo que soy frágil y mortal como tú? Si tú crees en Jesucristo, a quien sirvo de corazón, ruégale; según tu fe, logrará la salud de tu hija". El caballero dio crédito a las palabras del santo, invocó el santísimo nombre de Jesús, y luego su hija fue sana y libre de la vexación.
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