La razón por la cual los padres deben dar estado a sus hijos sin tardanza culpable es por los peligros internos y externos que resultan: los internos solo el día del juicio se sabrán, y de los externos son innumerables los que manchan la historia. Luego que Dios creó al hombre, creó a la mujer para que tomara estado con él; y para que nadie dude del motivo, lo va diciendo, porque no es bueno que el hombre tarde en estar sin esta compañía, advirtiendo los inconvenientes aun en quien se mantenía en justicia original. El Apóstol sella este consejo y el fin por el cual lo da diciendo (1. Timot. c. 5): quiero que los jóvenes se casen, para quitar al diablo la ocasión de que los tiente. Y yo noto que no dice solo los jóvenes, sino también juniores, que suena comparativo, persuadiendo a que se casen no solo jóvenes, sino aun más jóvenes, juniores. La razón es por ser esta edad la más predispuesta a caer, la menos fuerte para resistir, la más combatida por el deseo, la más instigada por la curiosidad y la más perseguida por el demonio, que sabe que los atrapa ahora y los gana para el futuro. En fin, será un prodigio que se mantenga pura el alma de un joven o una joven mientras no se casa si sabe que se ha de casar, porque en ese ínterin piensa en ello, habla de ello, oye de ello y medita en ello, todo lo cual es muy provocativo; y alargar el padre sin razón el tiempo es alargar al hijo la rienda para muchos daños, por lo menos interiores. Los externos no son menos en número e intensidad. De Esaú, dice Cayetano, que como sus padres no le casaron con una, él después se casó con dos. El venerable Carabantes (tom. 1, lec. 4) relata que, oyendo una madre predicar que podían los hijos casarse por sí sin pecar, ni ser desheredados, si hasta los veinticinco años no los casan sus padres, dijo: si una hija que tengo se casara en algún tiempo sino cuando yo quisiera y con quien yo quisiera, la habría de cortar las piernas. Y antes de un año, salió su hija embarazada con infamia de su honor y escándalo del pueblo. Hace poco, dice también el mismo, que en España, oyendo una hija a su padre decir que no la había de casar para que cuidase de la hacienda, se arrojó a un pozo donde murió hecha pedazos, y el padre, desde que su hija perdió la vida, perdió el juicio. También cuenta que en Indias, negando un padre a dos hijas a muchos que las pidieron por no disminuir su hacienda, ellas le quitaron hacienda y honor, robándole una noche y huyendo con sus amigos por ese mundo, pero encontrándose con unos indios muy bárbaros, los robaron y mataron, menos a una que fue más desgraciada, porque la reservaron para que les sirviera de concubina y esclava. Algunos padres alegan por disculpa lo que es culpa; dicen que no sale hombre que sea conveniente; y esto es o porque no sale uno que pida poco y traiga mucho, o porque, aunque sea igual a su esfera, no lo es de vanidad, o porque, si lo es, aspiran y esperan a otro que sea más. Nada de esto excusa la tardanza, pues no deben dejar de casarlas bien por casarlas mejor; y casando con quien tiene menos hacienda y más virtud, hará un matrimonio canonizado por el Espíritu Santo (Eccli. 7), el cual en otra parte compara el que casa con mujer pobre y virtuosa a quien planta una heredad, que al principio trae gasto y después provecho: así la mujer cuerda, aunque cuando venga no traiga provecho, para esto se experimenta después en no destruir lo que hay, sino en mantenerlo con su cuidado y aumentarlo con su gobierno, verificando el refrán, el marido barca y la mujer arca, porque esta encierra lo que aquel trae. Uno de los yerros más sensibles en esta materia, es lo que más se usa y menos se repara en semejantes elecciones, que es el poco o ningún cuidado que ponen los padres en atender o explorar la sanidad del hombre a quien entregan su hija: solo ponen la vista en que no se pierda de vista su calidad, y como sea de sangre noble, aunque sea de sangre corrompida; como sea de los godos, aunque sea de los incurables. Este es un abuso tan notorio que no se puede decir que no lo sabe la tierra, pues no tiene número los cadáveres que cubre de tiernas doncellitas; que a cuatro días del poder de su marido dieron en una sepultura, a las cuales para mártires les faltó el motivo, no los dolores, y a los padres que las entregaron a semejantes hombres nada les faltó para tiranos y verdugos. Alevosía es esta, que ni se puede creer ni se puede dudar: no se puede dudar, porque no se ve otra cosa que mujeres que viven y mueren apartadas de sus maridos; no se puede creer, porque estos maridos los buscaron los padres que más las amaban. ¡Oh, quiera Dios abrir sus ojos para que no los cierren a esto! Y de paso se lograría en mi concepto otro gran bien, que era que sabiendo por experiencia los jóvenes que este era impedimento para hallar mujer, dejarían de vivir como jóvenes y vivirían más y mejor.
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