Tobías, junto con Azarías, porque había llevado y traído a su hijo con tanta prosperidad, le ofreció la mitad de lo que había traído. De donde se sigue que, si debemos gratitud a los bienhechores, ¡cuánta más debemos a Dios, de quien cada día recibimos tantos bienes y tan de gracia! Así nos enseña San Pablo a dar gracias a Dios en todas las cosas. Y porque de una misma razón de misericordia nace el hacernos Dios bien y enviarnos adversidades, debemos dar gracias a Dios, tanto por los males que envía como por los bienes, como dijo Job: "Si recibimos bienes de la mano del Señor, ¿por qué no sufriremos también los males?" Y Tobías daba gracias a Dios, diciendo: "Tú, Señor, me castigaste, y tú me sanaste."
De esta virtud hay tres grados. El primero es recibir el don con ánimo agradecido y mostrar señales de ello. El segundo es tener siempre memoria del beneficio y contarlo cuando conviniere, con reconocimiento de la gracia. El tercero es recompensarlo en su tiempo según la posibilidad, porque el pobre debe dar gracias de honor y el rico de utilidades con aumento de gracia. Porque si solo se recompensara con otro tanto, sería condición de justicia, y no de gracia, como pide el agradecimiento, que con gracia se recompense lo que primero recibimos de gracia, para que vaya creciendo esta gracia y caridad; y siempre nos sintamos deudores de ella. Así lo dijo San Pablo: "No queráis tener otra deuda sino la de la caridad." Y Séneca: "Imitemos los campos fértiles, que reciben un grano y devuelven ciento por él." Así nosotros debemos siempre recompensar más de lo que recibimos
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