Vio San Antonio demoniod en forma humana, y le dieron golpes con gritos y alaridos grandes, diciendo: "¡Oh falso viejo! ¡Oh miserable tierra! Sin sacar la mano nos has humillado y vencido, rompiendo nuestras sutilezas, nuestros lazos y redes, que habíamos preparado para cogerte". Y gritando y aullando como lobos carniceros, le daban golpes y lo maltrataban, arrastrándole por el desierto sobre duras peñas, tanto que le hicieron muchas llagas. Duró la batalla así desde la hora de nona de aquel día hasta el amanecer del Sol del tercer día, quedando el Santo echado en tierra sin poderse levantar, diciendo en altas y lastimosas voces: "¡Oh mi Dios y Señor Jesucristo!
Ruégote me seas en ayuda y me socorras, porque los demonios no han dejado hueso ni miembro alguno en mi cuerpo que no sea rompido ni molido. Suplico, pues, mi Salvador y Redentor Jesucristo, que me permitas que les confunda y que no me puedan jamás poner en tentación; que de hoy en adelante te adore y alabe tu santo Nombre, así como debe hacer un pecador como yo.
"Y Cristo Señor nuestro, que nunca desampara a quien le llama en sus adversidades y tribulaciones, vino a él y se le apareció muy afable, diciéndole: "Oh Antonio, ejemplo de fortaleza, que has vencido al demonio, rompiendo y demoliendo sus armas con que te pretendía vencer. Tú eres bendito, y muchos lo serán por tu amor y respeto. En adelante quiero que seas dispensador del tesoro de mis gracias; mis secretos te serán revelados, y al paso que en tus tribulaciones te acordares de mí, al instante te haré gozar de paz y amor.
debes saber que serás coronado con corona de ángeles, ceñida toda de resplandor, y así doyte poder sobre todos los moradores de la tierra, así racionales como irracionales, a fin de que los hombres conozcan tu nombre; y quien en sus tribulaciones te invocare, los libraré de sus males. He mandado que sea el fuego guarda y defensor de tu Iglesia, y he ordenado a los ángeles que quemen y abrasen con fuego a todos aquellos y aquellas que hicieron alguna injuria o daño a ti o a tus servidores, y a quien retuviera alguna cosa perteneciente a dicha Iglesia"."Oh mi Dios", dijo San Antonio, "ruégote por tu grande misericordia, no me quieras dejar ni abandonar".
Jesucristo le tomó por la mano levantándolo de la tierra; y al instante fue curado de las llagas que los demonios le habían hecho, quedando sano y salvo, con mayores fuerzas y robustez que antes, y todo lleno de la gracia del Espíritu Santo, dijo: "Alabado sea para siempre y bendito el nombre de Dios, que se ha dignado visitarme". Y luego el soberano Señor se subió visiblemente al Cielo.Después de esa aparición y consolación de Jesucristo, halló San Antonio en el desierto su trenza de palma que antes iba tejiendo a su lado, y no vio nada de las grandezas que había visto, ni las ciudades ni el río que había pasado; tomó entonces su trenza y se puso en camino para volverse a su ermita
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