Había una vez un joven llamado Gabriel que vivía en un pequeño pueblo rodeado por oscuros bosques. El pueblo era tranquilo, pero tenía una vieja leyenda que mantenía a los habitantes alerta. Se decía que en el bosque habitaba un ser oscuro, un demonio antiguo que se alimentaba del miedo y la desesperación. Nadie había visto al demonio en generaciones, pero la leyenda permanecía como un eco en las mentes de los habitantes, susurrada por las viejas abuelas en noches frías y ventosas.
Una noche, Gabriel decidió aventurarse en el bosque, ignorando las advertencias de su abuela. Quería demostrar que los miedos eran solo supersticiones, cuentos para asustar a los niños. Armado con una linterna y su valor, se adentró en la espesura.
Cuanto más se adentraba en el bosque, más denso se volvía. La oscuridad parecía viva, susurrando a su alrededor, ahogando la luz de su linterna. Pronto, Gabriel comenzó a sentir una presencia, algo que lo observaba desde las sombras, algo que lo seguía. Trató de mantener la calma, pero su respiración se hizo más rápida y su corazón latía desbocado.
De repente, la linterna se apagó. Gabriel quedó envuelto en una oscuridad total, y fue entonces cuando lo escuchó: un susurro, suave pero terrible, como el crujido de huesos secos. El susurro se convirtió en un gruñido bajo, un sonido que le heló la sangre. Sintió que algo se acercaba, una fuerza oscura que lo envolvía, drenando su energía, su esperanza.
Cayó de rodillas, sintiendo que el suelo se abría bajo él, que el bosque entero lo tragaba. En su desesperación, Gabriel recordó las palabras de su abuela, una ferviente devota de Santa Teresa de Ávila. "Cuando todo esté perdido, hijo mío, reza las oraciones de Santa Teresa. Ella te protegerá."
Sin otra opción, Gabriel comenzó a murmurar las oraciones que su abuela le había enseñado de niño. Al principio, su voz temblaba, apenas un susurro en la oscuridad, pero poco a poco, las palabras se hicieron más firmes. "Nada te turbe, nada te espante...", repetía, sintiendo cómo su corazón se calmaba y la esperanza se encendía dentro de él.
A medida que recitaba las palabras, la oscuridad que lo rodeaba comenzó a retroceder. La presencia maligna gruñó, como si algo la estuviera hiriendo, debilitándola. Gabriel continuó rezando, ahora con más fuerza, sintiendo el poder de las oraciones llenando el bosque. "Solo Dios basta..."
Finalmente, con un último susurro de odio, la oscuridad se desvaneció. Gabriel sintió que el aire volvía a sus pulmones, que la calidez de la vida regresaba a su cuerpo. Abrió los ojos y vio que la linterna volvía a iluminar tenuemente el camino. El bosque, aunque aún oscuro, ya no le parecía tan aterrador.
Con cuidado, Gabriel se levantó y caminó de regreso al pueblo, sus labios aún susurrando las oraciones que lo habían salvado. Al llegar a casa, su abuela lo recibió con lágrimas en los ojos, como si supiera lo que había pasado. Gabriel no dijo nada, pero en su corazón, sabía que nunca volvería a desafiar la oscuridad sin la protección de Santa Teresa.
Desde aquella noche, Gabriel se convirtió en un devoto ferviente, y la leyenda del demonio en el bosque se desvaneció con el tiempo, pero los habitantes del pueblo, recordando la historia de Gabriel, siempre mantuvieron las oraciones de Santa Teresa cerca de sus corazones.
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