tiempo que corría por el mundo aquella grande persecución contra los Cristianos, que levantó el Emperador Maximiano, dijo San Antonio a sus religiosos: "Vamos a Alejandría a ver nuestros hermanos mártires, a fin de que con ellos podamos gozar la corona del martirio." De cuyas palabras se deja bien entender que fue mártir de voluntad.
Cuando fue a Alejandría, iba a visitar a los cristianos que estaban en las cárceles; cuando los llevaban delante del juez para entregarles al martirio, los confortaba y animaba en padecer, diciendo: "No temáis, hermanos, los tormentos de esos tiranos, porque después de una breve pena, tendréis un grande descanso, y así no dudéis ni reparéis en el morir, tened firme fe, porque nuestra corona está ya preparada en el Cielo." Y los seguía así hasta el suplicio. El juez, viendo la constancia de Antonio y de sus religiosos, que se esmeraban en la misma caridad, hizo un pregón, que ningún religioso pareciese en la ciudad, bajo pena de muerte: a la publicación de él se fueron todos los religiosos de la ciudad, menos Antonio, que no haciendo caso de las amenazas del juez, para que fuese mejor conocido por religioso o fraile, se quitó su escapulario y, lavando el hábito blanco, se presentó con él delante del juez, deseando ser del número de los santos mártires. Todavía, por voluntad divina, fue preservado de la ira del tirano con grande sentimiento suyo; porque, deseando la corona del martirio, se le había huido la ocasión tan oportuna. Pero Dios nuestro Señor, que sabía había de ser pastor de sus ovejas, lo quiso guardar y conservar, para que muchos después, por su ejemplo, ganasen el reino de los cielos.
Cuando Antonio vio que cesaba ya la grande persecución de los cristianos, se volvió a su monasterio, y para que le sirviese de martirio, maceraba su carne y castigaba su cuerpo más.
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