Estando San Juan Don Bosco en Hyéres y habiendo sido invitado a un banquete, se vio no en la mesa, sino en una especie de amplia galería, en la que Luis, saliéndole al encuentro, le dijo:
—¡Mire qué banquete tan lujoso y qué manjares tan exquisitos! ¡Es demasiado! Y entretanto hay tanta gente muriendo de hambre. ¡Son gastos excesivos! Hay que combatir este lamentable derroche en el comer.
Entretanto los convidados dirigían la palabra a San Juan Don Bosco y creyendo que estuviese distraído le decían:
—¡San Juan Don Bosco, San Juan Don Bosco!
Una vez entre San Juan Don Bosco y Luis se entabló este interesante diálogo:
—Mi querido Luis, ¿eres feliz?
—Felicísimo.
—¿Estás muerto o vivo?
—Estoy vivo.
—Y, sin embargo, has muerto.
—Mi cuerpo fue sepultado, pero yo estoy vivo.
—Pero ¿no es tu cuerpo lo que veo?
—No es mi cuerpo, no.
—¿Es tu espíritu?
—No es mi espíritu.
—¿Es tu alma?
—No es mi alma.
—¿Qué es, pues, lo que veo?
—Es mi sombra.
—Pero ¿una sombra cómo puede hablar?
—Porque Dios lo permite.
—¿Y tu alma, dónde está?
—Mi alma está junto a Dios, está en Dios y Vos no la podéis ver.
—¿Y tú cómo nos puedes ver a nosotros?
—En Dios se ven todas las cosas; el pasado, el presente, el futuro, como en un espejo.
—¿Qué haces en el cielo?
—En el cielo repito siempre: ¡Gloria a Dios! ¡Sean dadas gracias a Dios! Gracias a Aquel que nos ha creado; a Aquel que es el dueño de la vida y de la muerte. ¡Gracias! ¡Alabanzas! ¡Alleluia! ¡Alleluia!
—¿Y tus padres? ¿Qué me dices para ellos?
—Que pido por ellos continuamente y así les correspondo. Los espero aquí en el Paraíso.
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