Al cabo de muchos días que estuvieron en un lejano monte,a san Antonio Abad y los demás monjes,vino a faltarles el pan de que se habían proveído, y así padecieron grande hambre, por lo que empezaron a murmurar entre ellos diciendo: "¿No habrá bastantes sepulcros en nuestro país y en la ciudad, que ha sido necesario llevarnos a los desiertos a morir?". Cuando San Antonio Abad oyó estas quejas, les dijo: "Hermanos míos, ¿por qué murmuráis, así como los hijos de Israel murmuraron en este mismo lugar, por lo que se irritó mucho Dios contra ellos a causa de su murmuración, y por ella padecieron muchos males en este desierto? Ruego que no murmuréis más, sino rogad a Dios nuestro Señor que os asista, que os prometo oirá vuestros ruegos; sufrid un poco conmigo, que dice la Sagrada Escritura: ‘Tanto aguardé y sufrí que Dios ha oído mis deprecaciones y ruegos, y me ha levantado de la miseria’. Entonces Antonio y sus religiosos se pusieron en oración, y decía el Santo: ‘Oh mi Dios y Señor todopoderoso, que obrase grandes maravillas en tu pueblo, y saciaste a cinco mil hombres con cinco panes de cebada y dos peces en el desierto, y convertiste el agua en vino en Caná de Galilea, haz a estas almas por tu bondad, te rogamos que te dignes por tu misericordia proveernos de víveres y mantenimientos con que podamos sustentar nuestra vida, porque tú sabes, Dios verdadero, que padecemos grande hambre en este desierto; y por tanto, derrama sobre nosotros tus bendiciones, y no nos desampares, porque en ti solo tenemos fundada toda nuestra esperanza, y no en otro’.
En tiempos pasados, en la ciudad de Palestina, había un Rey llamado Gerodofio, quien era un hombre sabio, amante de la justicia y muy querido por su pueblo y vasallos. Una noche, mientras dormía en su cama, se le apareció un Ángel en visión, el cual le dijo: "Levántate y envía alimentos y provisiones a mis siervos, que sufren gran hambre". Por la mañana, cuando el Rey se despertó, no prestó atención a las palabras del Ángel ni cumplió con lo que le había mandado.
La noche siguiente, el Ángel volvió y le dijo lo mismo que antes, pero el Rey tampoco hizo caso de ello, olvidando lo que se le había dicho. En la tercera noche, el Ángel volvió a él y le dijo: "¿Por qué has olvidado las palabras que te dije? Te advierto que si no cumples con lo que te he dicho, morirás pronto". Al escuchar estas palabras y amenazas, el Rey se alarmó mucho y al intentar levantarse, no pudo, ya que un dolor intenso se apoderó de su cuerpo, lo que lo asustó aún más al no saber dónde estaban los siervos de Dios.
Entonces, llamó a los nobles y magnates de su corte y les contó su visión, añadiendo que por no haber prestado atención a las palabras del Ángel y por querer siempre olvidarlas, se encontraba en peligro de muerte. Sin embargo, nadie supo aconsejarlo al respecto, ya que no sabían dónde debía enviar los alimentos y provisiones. Ante esta situación, el Rey se preparó como si fuera a morir, lo que causó consternación y preocupación entre todos en el Palacio y en la Ciudad al ver que su Rey estaba destinado a morir por no encontrar la manera de cumplir con el mandato del Ángel.
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