Todo el valor de una concha es aquella hermosa perla, que con el secreto comercio que tuvo con el cielo, concibió en su seno, a ningún metro abierto. Y así toda la medida de la honra que se le debe a María es aquel divinísimo parto que por obra del Espíritu Santo concibió en su virginal vientre, pero no para guardarlo parsimoniosamente, como lo hace la concha tenaz de su tesoro, mas para hacer dentro de poco una pública dádiva para la redención del mundo. De este hilo se vale Santo Tomás para medir la incomparable alteza de tan gran señora.
La dignidad de Madre de Dios, dice, trae consigo una especie de infinita; y la razón es porque llega a tal grado, que el mismo Dios no puede hacerla mayor: La Bienaventurada Virgen por ser Madre de Dios, tiene cierta dignidad infinita, del bien infinito, que es Dios: y por cuanto no se puede hacer cosa alguna mejor; como no puede alguna cosa ser mejor que Dios.
Para que pudiera crecer en dignidad la Virgen María, era menester que creciese en perfección el mismo Dios: mas como no se hallará Dios mayor que el que ella encerró en sus entrañas, tampoco se hallará mayor Madre que la Madre de Dios. En el hacerla, hizo el último esfuerzo de su poder el Omnipotente: y bien puede hacer de repente un firmamento que sea más rico de estrellas, un Olimpo más sublime, un océano más sin términos, una tierra más amena; pero no puede haber una madre que sea más excelsa que la Virgen María.
Formándola, se les ha dado a las puras criaturas todo aquel valor de que son capaces, quedándose puras criaturas: de tal manera, que aun cuando nos figurásemos este caso, que se le aumentase al mundo el número de las Madres de Dios (como sucediera, si las otras dos divinas personas se vistieran también de carne humana) no por eso se le acrecentara al mundo algún grado de nobleza mayor que la que tiene de presente: no por eso le crecería la nobleza al orbe. Así lo dijo Tom. 1. ser. 61. Nilit S. Bernardino. Con tener a María, tiene ya toda la nobleza que puede recibir, sino en número, por lo menos en peso-
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