María Ognie, conmovida por lo que vio en la iglesia con las manos extendidas cubiertas de fuego, preguntó al Señor qué significaba tal espectáculo. Le reveló que aquellas manos pertenecían a las almas del Purgatorio, atrapadas en un estado de dolor y espera, deseando ser liberadas de su sufrimiento.
Estas almas, atrapadas en un fuego purificador, experimentaron profundos y variados dolores: la angustia de la separación de Dios, la infinita soledad y el tormento de no poder disfrutar de la paz eterna. Su sufrimiento se vio intensificado por la conciencia de sus faltas y la desesperanza de no poder aliviar su condición por sí mismos.
María entendió que su ayuda podría aliviar esos dolores. Decidida, comenzó a orar fervientemente, ofrecer misas y realizar obras de caridad en favor de estas almas. Llenó su vida de actos de amor y sacrificio, buscando por todos los medios ayudar a liberar las almas del Purgatorio, con la esperanza de que algún día, sus manos extendidas pudieran descansar en la gloria del cielo.
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