Según San Juan en el Apocalipsis, la Ciudad del Cielo se describe con la preciosidad y pureza del oro. Incluso la Plaza de la Ciudad se explica del mismo modo. Por eso se dice al hombre que compre el oro pasado por el fuego, para ser rico y dichoso. Y como los que han de entrar en aquella Ciudad deben ser tan limpios que tengan proporción, Isaías quiere que no solo se purguen como la plata en el fuego, sino que queden limpios como el oro.
Notemos ahora lo principal. Dice Isaías que el Señor purifica al justo en una hoguera de pobreza; y con esta pobreza se describe a un varón en los Trenos de Jeremías: "Yo soy el hombre que ha visto la pobreza, bajo la vara de su indignación". San Jerónimo comenta estas palabras como de un alma que siente sobre sí la mano de la Divina Justicia; y dice que por eso se añade en el texto que Dios vuelva su mano. Esto significa que la sentencia del justo Juez decreta que, según sus méritos, le acontezca lo que ha merecido con sus propias acciones.
Prosigue el Santo, notando que el texto usa la frase de volver y convertir la mano. Y dice que "volver", comúnmente aplicado a la mano, significa pena; y "convertir" significa misericordia. Dios vuelve su mano cuando justamente castiga a los culpables, y convierte su mano cuando misericordiosamente suspende la sentencia de venganza. Y esto lo ejecuta con las almas del Purgatorio, porque vuelve y convierte su mano, usando del fuego de purgación como instrumento de su justicia, y usando después de su misericordia.
Sobre esta doctrina se carga la corrección del fuego de la pobreza. Más sentido tendría llamarlo fuego de la Divina ira, en relación a las almas que padecen el ardor, que llamarlo fuego de pobreza y necesidad. No, porque aquel estado se explica con la pobreza del fuego. El pobre inválido a quien falta un brazo o pie pide limosna por amor de Dios; y para mover a la compasión, dice que no puede ganar con sus brazos la comida, porque le falta un brazo o una pierna. Así es el fuego de las almas del Purgatorio, es fuego de pobreza, porque como no pueden ganar por sí las indulgencias.
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