Recordemos lo que decía san Pablo: "Tenemos un continuo combate, pues la parte espiritual de Tenemos que hacer actos contrarios a los que las pasiones y malas inclinaciones nos proponen. Así por ejemplo, si la ira quiere invitarnos a la venganza, debemos rezar por el bien de la persona que nos ofendió. Si la tristeza trata de inclinarnos al desánimo, debemos cultivar pensamientos de alegría y de esperanza. Si el orgullo nos incita creernos algo y a desear alabanzas, es necesario recordar que nada somos y que las alabanzas humanas son humo que se lleva el viento. Si es la impureza la que nos mueve, conviene recordar el desgarramiento interior que produce en el alma cada pecado impuro y la pérdida de buena fama y de paz que cada impureza acarrea al alma, etc.
Una trampa. Los enemigos del alma cuando ven que reaccionamos fuertemente contra sus asechanzas o deseos de hacernos el mal, entonces dejan por un tiempo de traernos tentaciones para que nosotros, creyéndonos ya fuertes, dejemos de huir de las ocasiones y pensemos con loco orgullo que ya somos capaces de resistir al mal. En esto sí que conviene cumplir lo que aconseja san Pablo: "Trabajar en la propia santificación con temor y temblor" (F/p 2, 12) "Y quien está en pie, tener cuidado para no caerse" (1Co 10, 12). Porque tan pronto empecemos a creernos capaces de ser santos por nuestras propias fuerzas, comenzaremos a tener muy humillantes caídas. Dios resiste a los orgullosos (St 4, 6). Por eso el profeta Isaías dice: "Lo que Dios desea es que permanezcas humilde delante de Él".
Tercer acto. Aborrecer lo que es malo. Muchas veces sucede que después de haber hecho grandes esfuerzos para resistir y rechazar los ataques de los enemigos de la salvación, de haber pensado y reflexionado en que este resistir es algo muy agradable a Dios, de un momento a otro nos damos cuenta que no estamos seguros ni libres del peligro de ser vencidos en una nueva batalla; por eso conviene que nos ejercitemos en sentir un gran aborrecimiento y asco hacía el vicio que queremos vencer, y tratemos de adquirir hacia él, no sólo aversión, asco sino repugnancia y horror. Lo que más nos debe repugnar es la fealdad del pecado.
Cuarto medio. Para volver fuerte el alma contra los vicios, malas costumbres y perversas inclinaciones es necesario hacer muchos actos interiores que sean directamente contrarios a nuestras pasiones desordenadas.
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