Seremos, felices, si recibimos de Dios cuanto sea servido

 


A algunos les pasa lo que a la veleta, que gira según el viento; si el viento es bonancible, según sus deseos, ahí los tenéis alegres y suaves; pero, si sopla el regañón y las cosas no van como la seda, ahí los tenéis tristes e impacientes, y de ahí que no se santifiquen, sino que vivan vida desgraciada, porque en la tierra son más frecuentes las cosas adversas que las favorables. San Doroteo enseñaba que el gran medio de conservarse en continua paz y tranquilidad de corazón es el recibirlo todo de manos de Dios, venga como viniere; por lo que cuenta el Santo que los antiguos Padres del yermo nunca andaban airados ni melancólicos, porque todo lo que les acaecía lo tomaban alegremente, como venido de las manos de Dios. ¡Feliz quien vive enteramente unido y abandonado al divino querer! Ni la prosperidad le ensalza ni la adversidad le abate, porque tiene entendido que todo viene de Dios. Única regla de su querer es el querer del Señor, por lo que sólo hace lo que Dios quiere y sólo quiere lo que quiere Dios; no se afana por emprender muchas cosas, sino por ejecutar perfectamente las que cree ser del agrado divino. De ahí que haga primero pasar las insignificantes obras de su estado antes que las acciones brillantes y gloriosas, pues está convencido de que en éstas puede intervenir el amor propio, al paso que en aquéllas ciertamente se encuentra la voluntad de Dios.

              Seremos, pues, felices, si recibimos de Dios cuanto sea servido, conforme siempre nuestra voluntad con la suya, sin andar mirando si está acorde o no con nuestro gusto. Decía la M. De Chantal: «¿Cuándo gustaremos las dulzuras de la voluntad divina en todo cuanto nos suceda, sin mirar más que al beneplácito divino, que con igual amor y para nuestro mayor provecho nos envía prosperidades y adversidades? ¿Cuándo nos arrojaremos en los brazos de nuestro amantísimo Padre celestial, dejándole el cuidado de nuestra persona e intereses, reservándonos solamente el deseo de agradarle?». De San Vicente de Paúl decían sus amigos: «Vicente siempre es Vicente», queriendo con ello indicar que en todo suceso, próspero o adverso, siempre se le encontraba con el rostro sereno, siempre igual a sí mismo, porque, abandonándolo todo en manos de Dios, nada temía y no apetecía más que lo que fuese del agrado de Dios. Santa Teresa escribe: «Aquella libertad de espíritu tan apreciada y deseada que tienen los perfectos, adonde se halla toda la felicidad que en esta vida se puede desear; porque no queriendo nada, lo poseen todo».

              Muchos, por el contrario, se forjan la santidad conforme a sus inclinaciones: el melancólico anhela por la soledad; el dinámico, por la predicación y negocios de paces; el duro, por ejercitarse en penitencias y maceraciones; el generoso, por la limosna; unos se dan al ejercicio de variadas oraciones vocales; otros, a la visita de santuarios, y todos creen que en ello consiste la santidad. Las obras externas son fruto del amor a Jesucristo, pero el verdadero amor consiste en conformarse en todo con la voluntad de Dios y, por consiguiente, en renunciarse a sí mismo y buscar lo que es más agradable a Dios, porque Él así lo merece.


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